Homilía: 7º Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo C)

Acabamos de escuchar algunas de las frases más fuertes y exigentes del mensaje moral de Jesús: “amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian”. Todas estas frases, fuera de su contexto, aisladas, pueden parecer exageradas, utópicas, absurdas… Pero ¿cuál es su contexto? El contexto es la situación en la historia del hombre con respecto a Dios.

¿Y cuál es esa historia? Resumiendo mucho, es esta: Dios nos crea sin necesitarnos para nada, por un puro acto de amor, por ser bueno, con el único fin de hacernos felices participando de su vida infinita. Pero nosotros, con nuestros pecados, le respondemos que no, le ofendemos y le rechazamos. La consecuencia es el infierno, que Dios nunca quiso, pero que nosotros forzamos con nuestro pecado. Todos merecemos el infierno, también tú y yo, porque le hemos dicho a Dios que no, que no queremos seguir sus planes, que no queremos estar con Él… Y el lugar donde Dios no está es el infierno, con todas sus terribles consecuencias. Pero, sin tener por qué hacerlo, siendo nosotros enemigos suyos por el pecado, Dios nos amó, nos perdonó, y nos devolvió la participación en su vida divina mediante la encarnación, muerte y resurrección de Cristo.

Por tanto, cuando Jesús nos dice: “amad a vuestros enemigos”, nos está diciendo con otras palabras: haced lo que Dios Padre ha hecho con vosotros. No es ninguna exageración, ni ninguna locura cristiana… es lo justo. El mismo Jesús nos lo dice: “sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”. ¿Es que no voy a hacer yo con los demás lo que Dios ha hecho conmigo? Porque yo, al fin y al cabo, soy un hombre pecador, y en parte seguro que me merezco la ofensa que me han hecho; pero Dios es el santo, el justo ¡y yo lo he ofendido! Por eso, si Dios nos ha amado tanto, con ese amor que llamamos misericordia, que es su amor puesto en contacto con nuestra miseria­­, lo único que nos está pidiendo Jesús es que hagamos lo mismo.

Y esta lógica del perdón, no solo es justa, sino que es necesaria. Tanto, que, si no perdonamos a los demás, no podemos recibir el perdón de Dios y por tanto no podemos salvarnos. Esto es lo que dice Jesús para terminar este discurso: “no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados”. Es lo mismo que nos enseña en el Padrenuestro: “perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.

Pero esta lógica no solo tiene sentido para con Dios. Pensemos en nuestras relaciones con los demás aquí. ¿Cómo podemos parar cualquier espiral de odio o de violencia o de enemistad que se produzca? ¿Dando un golpe más fuerte? A lo mejor con eso se soluciona el problema temporalmente, pero a la larga el problema se empeora… La única solución para acabar con el odio y la enemistad es el perdón y el amor desinteresado.

Por eso, pensemos en aquellas personas que más nos han ofendido en nuestra vida y perdonémoslas de verdad en nuestro corazón. ¡Que si no, no podemos ir al cielo…!

Y, como nos va a costar, pidamos, por medio de María, al Señor su gracia, su Espíritu Santo para que sea Él quien sane las heridas de nuestro corazón, lo ensanche, lo llene de amor y nos capacite para perdonar y amar a nuestros enemigos. Pidámoslo estos días en la oración. Acabamos de restaurar la adoración permanente en nuestra parroquia: el Señor está expuesto todos los días de 8:00 a 23:00… ¡aprovechemos para apuntarnos a venir a estar con Él!