Homilía: 6º Domingo de Pascua (ciclo C)

En el Evangelio de hoy, Jesús empieza a preparar a sus discípulos porque ya le queda poco tiempo de estar entre ellos.  Hoy, a nosotros también nos prepara porque ya queda poco para la Ascensión, para Pentecostés y, por tanto, para el fin de este tiempo de Pascua.  Esa preparación consiste en mirar a Dios, que ha querido establecer su morada entre nosotros por medio de su Santa Iglesia.  Consiste también en mirar a la iglesia con mirada sobrenatural para ver en ella la hermosura que nos describe la segunda lectura de hoy: “La ciudad santa de Jerusalén que descendía del cielo… su resplandor era semejante a una piedra muy preciosa… la gloria del Señor la ilumina, y su lámpara es el Cordero”.

¡Dios se ha quedado con nosotros! Este es un gran misterio… Y se ha quedado de muchas formas.  Una de ellas es en sus Pastores, y la estamos viviendo en nuestra parroquia esta semana de forma muy especial.  Como sabes, D. Jesús Vidal, Obispo auxiliar de Madrid, está  realizando la visita pastoral a nuestra parroquia  en nombre de nuestro Cardenal-Arzobispo D. Carlos Osoro.  El Señor está en los pastores de la Iglesia y les da su Espíritu para que conozcan y amen a su rebaño, lo confirmen en la fe, lo corrijan, lo alienten. Es lo que pasaba en los primeros años de la Iglesia.  Nos lo ha contado la primera lectura. En aquel momento, los cristianos tenían una gran duda: Los que se incorporaban en la fe y no eran judíos, ¿tenían que cumplir también las leyes del judaísmo o no?  Tan grande fue esta duda, que tuvieron que reunirse todos los Apóstoles en Jerusalén, pedir la luz del Espíritu Santo y tomar una decisión: no era necesario seguirlas.  Una vez decidido esto, enviaron a dos miembros de la comunidad de Jerusalén junto con Bernabé y Pablo para explicarlo a la comunidad de Antioquia.  Pues bien, cuando los apóstoles actúan movidos por el Espíritu Santo, es Dios quien nos habla. 

Y cuando nosotros escuchamos y obedecemos la voluntad de Dios, entonces obtenemos la paz.  Esa paz de la que Jesús nos ha hablado en el Evangelio: “La paz os dejo, mi paz os doy. No os la doy como la da el mundo”. Porque la verdadera paz solo la da Jesús.  La Madre Trinidad tiene un pensamiento que dice: “La paz es el fruto que da la voluntad de Dios cumplida”. Es decir, que cuando nosotros cumplimos la voluntad de Dios,  aunque al principio cueste un poco,  obtenemos la paz verdadera que llena nuestro corazón.

 Esta paz hay que buscarla y también hay que custodiarla, porque el enemigo quiere quitárnosla, quiere que vivamos en, en,  y por eso suscita entre nosotros las envidias, las críticas, los juicios, los enredos, la discordia, la desunión…  Tenemos que custodiar la paz siendo francos y humildes, sabiendo que ninguno va a hacer todo perfecto y que, por tanto, todos necesitamos hablar las cosas que no nos parezcan bien pero con caridad,  humildad y franqueza;  nada de ir por detrás criticando,  nada de ir por detrás juzgando, nada de permitir que la envidia anide en nuestro corazón… Todo eso no viene de Dios y nos quita la paz.

Pidamos a María que nos enseñe a dar gracias a Dios porque vive en medio de nosotros; a escuchar y obedecer a nuestros Pastores; y a  buscar y custodiar la paz que solo Jesús puede darnos.