Homilía: 3er Domingo de Pascua

Los discípulos de Emaús se encontraron con Jesús

«Nosotros esperábamos que Él iba a liberar a Israel», decían aquellos dos discípulos de Jesús. Pero se estaban marchando de Jerusalén entristecidos. Atardecía…

Imaginemos aquella escena. El camino a pie era largo. La tarde, primaveral, y serena. La conversación que llevaban aquellos dos caminantes, desilusionada y triste. Y se les presenta aquel de quien hablaban, el mismo Jesús. ¿Cómo pudieron no reconocerlo? ¿Tan ensimismados estaban en su propio estado de ánimo, que no fueron capaces de mirarlo bien? ¿O había algo más? Jesús nos va a dejar aquí una gran enseñanza: qué necesitamos para encontrarnos con Él.

Lo primero que hace el Señor es explicarles las Escrituras: todo lo que se refería a Él mismo. Quién hubiera podido escuchar la explicación más completa de la Palabra de Dios, ¿verdad? Y lo hace con calma, con paciencia, con fuerza, con nitidez, con argumentos, con amor. Tanto amor, que va encendiendo sus corazones en el fuego del Espíritu Santo hasta «hacerlos arder», como recordarán más tarde. Tanto amor, que provoca en ellos el deseo de estar con Él, de seguir en su compañía: «Quédate con nosotros», le dicen.

Ante ese deseo sincero, Jesús entra y realiza la fracción del pan. El mismo signo de la última cena, en la misma intimidad, con la misma confianza y con el mismo profundo significado. La fracción del pan es la Eucaristía, el mayor regalo que Cristo deja a su Iglesia, porque es Él mismo que «está con nosotros hasta el fin de los tiempos», como dirá en otro relato de este tiempo de Pascua.

Solo entonces lo reconocieron. Solo entonces. ¿Qué había cambiado desde que empezó aquel encuentro? Está claro que, sobre todo, había cambiado la actitud de los discípulos. Las Escrituras abrieron su entendimiento e inflamaron sus corazones. La fracción del pan les abrió los ojos, los ojos del espíritu. ¡Y se «encontraron» con Él!

Dos cosas son necesarias, por tanto, para encontrarnos con el Señor: la Palabra y la Eucaristía. Por eso, la Misa tiene exactamente esa estructura: mesa de la Palabra y mesa de la Eucaristía. Son dos momentos de un único encuentro.

Bien, pero… ¿y qué pasa en estos momentos de confinamiento en que no podemos ir a Misa? ¿Es posible encontrarse con Jesús? Evidentemente, la santa Misa es el lugar privilegiado de encuentro con el Señor. Muchos de vosotros clamáis porque podamos volver a reunirnos en torno al altar. Este deseo agrada a Dios, y sin duda, os prepara a valorar y aprovechar mucho más la Misa cuando esta situación termine. En la Eucaristía, Jesús está física y realmente presente. Sin embargo, también necesitamos los ojos de la fe para verlo y reconocerlo. Esa actitud de fe es algo personal, íntimo, verdadero, radical. Esa actitud es la que Dios te invita a tener ahora más que nunca. Él siempre nos busca. También ahora, en este momento en que estás leyendo esta homilía, Jesús te está mirando. Tú quizá aún no te des cuenta, pero Él está a tu lado, llevando contigo la cruz del confinamiento, de la enfermedad, del cansancio o del luto. ¡Él camina contigo en la vida!

En conclusión, ¿queréis encontraros con Jesús hoy? Solo tenéis que seguir su enseñanza a los discípulos de Emaús: leed las Escrituras y mirad con fe al Señor. Concretamente, os aconsejo dos cosas para estos días:

  1. Leed las lecturas de la Misa diaria con calma. Veréis cuántas cosas descubriréis. Podéis verlas cada día en nuestra web: lapresentacion.es

  2. Mirad con fe a Dios cuando sigáis la Misa por los medios de comunicación, cuando hagáis ratos de oración, cuando estéis trabajando o descansando. ¡Siempre! Mirad con fe, y reconoceréis a Jesús.

D. Pablo Martínez