Homilía: 30º Domingo del Tiempo Ordinario

Un mendigo hizo lo imposible por llegar a Jesús. Después de insistir, se puso ante Él y le pidió algo también imposible: “Maestro, que recobre la vista”. El mendigo tenía una fe firme en que Dios lo puede todo, fe en que Jesús era Dios, fe en que podía concederle lo que más deseaba en su vida. Jesús, mirando su corazón, apercibiendo su confianza, le responde: “tu fe te ha salvado”, recobrar la vista.

Algo parecido le pasó al Pueblo de Israel en la primera lectura: Dios le promete que le va a devolver lo que más deseaba: su tierra.

Pero lo más importante de aquel mendigo y del pueblo de Israel no era el deseo concreto que tenían, sino lo que posibilita la obtención de ese deseo e ilumina la vida entera: la fe. “Tu fe te ha salvado”, dijo Jesús al mendigo.

Por tanto, la pregunta que tenemos que hacernos hoy en primer lugar es: ¿Cómo está mi fe? Y, más en concreto: ¿Creo de verdad que el Señor lo puede todo, hasta lo que para mí es imposible? ¿Acudo a Él cuando mi corazón desea algo importante, para ponerlo a sus pies y suplicarle por ello con humildad y confianza? ¿Creo que ese Jesús del Evangelio está realmente presente en la Eucaristía? ¿Creo firmemente que lo que Dios nos enseña a través de la Iglesia debe ser siempre el fundamente de mi vida diaria? ¿Qué hago para alimentar mi fe?

Y, unido a esto, hemos de preguntarnos hoy, día de las misiones: ¿Cómo está mi impulso misionero? ¿Qué hago yo para que la fe se extienda a los demás hombres? ¿Pido por ellos, para que conozcan la luz de la verdad? ¿Pido para que se salven? ¿Por los de lejos y también por los de cerca, quizá tan cerca que viven junto a mí? ¿Cómo difundo yo la fe en mi entorno, en mi familia, en mi trabajo, en mi lugar de estudios…? ¿Colaboro con aquellos que han entregado su vida entera a anunciar el Evangelio: Obispos, sacerdotes, personas consagradas, misioneros?

La Iglesia es intrínsecamente misionera porque ha recibido de Jesús la misión de llevar la vida divina a todos los hombres de todo lugar y tiempo. Tú y yo somos Iglesia. ¿Cómo se encuentra nuestra fe? ¿Cómo andamos de impulso misionero? Ahí tenemos dos termómetros para saber si estamos siendo buenos cristianos…

Pidamos a la Virgen, Reina de las misiones, su intercesión. Que ella nos conceda aumentar nuestra fe, y que nuestro corazón desee ardientemente dar la Vida de Dios a todos nuestros hermanos.