S. Juan nos cuenta esta tercera aparición de Jesús resucitado a sus discípulos. Juan estuvo allí presente, fue el discípulo que reconoció a Jesús –el cuerpo glorificado de Cristo tenía unas características especiales, que le permitían por ejemplo entrar en una sala con todas las puertas cerradas, o no ser reconocible por los discípulos–, y en todo el relato quiere poner de relieve a S. Pedro.
Todas aquellas ovejas, todas aquellas almas que el Padre había encomendado a Jesús, y por las que Él había dado su vida, todas, Él se las encomienda a Pedro como cabeza visible de la Iglesia. Por eso, Pedro es quien toma la iniciativa de ir a pescar, el que arrastra hasta la orilla la red repleta de peces, y el que mantiene esa preciosa conversación con el Maestro. Hoy, S. Pedro es el Papa Francisco, que, como todos los hombres y todos los Papas y el mismo S. Pedro, tiene sus limitaciones, equivocaciones y pecados. Pero tiene el don de ser la cabeza visible de la Iglesia, el que nos asegura que estamos en el redil de Jesús, el que nos apacienta como pastor y por tanto su triple tarea de enseñas, santificar y regir. Pidamos por él al Señor, para que lo fortalezca y proteja de sus enemigos.
Volviendo al diálogo del Evangelio, Jesús comienza llamando a Pedro por su nombre completo: “Simón, hijo de Juan”, es decir, es como si le dijera: “Te conozco, sé quién eres y lo que has hecho”. Luego le pregunta: “¿Me amas?”, y lo hace con un verbo con un significado fuerte. Aquí, “amar” significa amar con el amor grande y sobrenatural de Dios mismo. Por su parte, Pedro le contesta: “Te quiero”, es decir, “no llego a ese amor que me pides porque soy pequeño y pecador, pero sí te quiero”. Tres veces le dirige esta pregunta. Cómo recordaría Pedro su triple traición y cuánto dolor provocaría esto en su corazón. Y, a la tercera, Jesús se inclina hacia Pedro y ya no le pregunta si lo ama con ese amor grande, sino que le dice: “¿Me quieres?”. Pedro, profundamente impresionado por ser la tercera vez que le pregunta y por esa inclinación misericordiosa, le dice esa frase que todos deberíamos repetir a menudo: “Señor, Tú conoces todo, Tú sabes que te quiero”.
Hoy, Jesús también se acerca a ti, y te pregunta a ti, con tus nombres y apellidos: “¿Me amas?”. Vamos con S. Pedro a responderle: “Señor, soy pequeño y pecador, pero sí, te quiero y confío en ti”. Si lo hacemos, entonces dejaremos que Jesús, que está siempre presente en su Iglesia, sea la roca de nuestra vida.