Entramos de lleno en la Semana Santa. La Semana grande dónde se nos manifiesta de modo especial la misericordia de Dios. Una misericordia de la que especialmente nos habla el evangelista San Lucas cuyo relato de la pasión acabamos de escuchar.
De entre todas las cosas impresionantes que él nos cuenta, me gustaría subrayar una. Pedro acaba de negar tres veces a Jesús. Pedro, a quien el mismo Jesús pone ese sobrenombre para decirle que sobre él edificaría su Iglesia, a quien Jesús considera uno de sus tres apóstoles más cercanos, a quien lleva hasta el Tabor y le da tantos otros dones, ese Pedro acaba de negar por tres veces que conoce a Jesús. Y Jesús, según nos dice el evangelista, “echó una mirada Pedro… Y Pedro rompió a llorar amargamente”.
¿Cómo tuvo que ser esa mirada de Jesús? Sin duda, una mirada penetrante, directa profunda, pero también comprensiva, amorosa, misericordiosa. Jesús no se para en el pecado, sino que lo salta y mira a los ojos a su amigo Pedro en quién sigue confiando y por el que va a morir en la cruz. Es un derroche, una catarata de misericordia.
Esa misma mirada es la que nos dirige Jesús a cada uno de nosotros, especialmente en estos días de Semana Santa. Y es esa mirada la que nos tiene que mover a devolverle amor, comprensión y un deseo firme de seguirlo.
La Iglesia tiene el poder de hacernos vivir verdaderamente con Jesús los misterios de su pasión muerte y resurrección. ¡No es un recuerdo! Vamos a vivirlo de verdad gracias a la Liturgia de estos días.
Por ello, vivamos esta Semana santa poniendo a Jesús en el centro, limpiando nuestra arma en la confesión y participando en todos los actos litúrgicos con agradecimiento y verdadera piedad.
Que estos días miremos a Jesús y sobre todo nos dejemos perdonar y mirar por Él.