Dios es amor. Nos lo acaba de decir S. Juan en su primera carta. Dios es amor en su ser, del mismo modo que es belleza, sabiduría, paz, fortaleza…De ahí que el amor en Dios sea una perfección. Pero también es una Persona, porque el Espíritu Santo es el amor entre el Padre y el Hijo, es todo el ser de Dios en donación del Padre al Hijo y en respuesta del Hijo al Padre. Por eso decimos que Dios es amor en perfección y en Persona.
Dios nos creó y nos salvó por amor. No tenía por qué hacerlo, pues Él es feliz sin necesitar de nosotros para serlo. Lo hizo pensando en nuestro bien, queriendo darnos a participar de su misma felicidad infinita. Y nos lo manifestó palpablemente enviándonos a su Unigénito para que entregara su vida por nosotros en la cruz. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.
Nos creó para amar. El amor no es solo la razón por la que fuimos creados y salvados. El amor es nuestro fin. Dios nos creó para que amemos. Para eso nos hizo libres, y nos dio la memoria, el entendimiento y la voluntad. Por eso, solo seremos felices si amamos de verdad a Dios y a los demás; si ponemos en juego todas esas capacidades que el Señor nos ha dado para a mar de verdad.
A todos nos gusta amar y ser amados. Pero en este mundo, muchas veces el amor requiere sacrificio, y entonces ya no nos gusta tanto… Cuando nos cuesta cumplir alguno de los mandamientos, cuando nos toca aguantar al hermano o tener paciencia con él o perdonarlo o dejarle el primer puesto o ceder a lo que él dice… ¿qué hacer?
Jesús nos dice: “Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor”. La voluntad de Dios y el amor verdadero están inseparablemente unidos. Grabemos a fuego esto en nuestras almas. Porque, si cuando hay que sacrificarse, nos fijamos solo en la parte “costosa”, no la vamos a superar. Fijémonos, en cambio, en el amor: amar aunque cueste sacrificio. No es sufrir por sufrir. Es amar aunque conlleve un poco de sufrimiento. Es muy distinto… Hago tal o cual esfuerzo o sacrificio por amor, para que la persona amada esté contenta, por su bien, que es mi mayor gozo. Cumplo tal o cual mandamiento porque eso le agrada a Dios, porque le pongo contento al verme en el buen camino, y esa es mi mayor alegría. Tengamos un corazón grande, tengamos altura de miras para no bloquearnos en la cruz, sino darle su verdadero significado y llegar a la vida plena en el amor.
Hay una cosa que nos ayuda enormemente a vivir el amor así. Y es gustar el amor que Dios nos tiene a cada uno. Déjame que te pregunte: ¿hace cuánto tiempo que no saboreas en un rato tranquilo y sosegado el amor infinito, poderoso, avasallador, y al mismo tiempo tierno, delicado y profundo de tu Padre Dios? Búscalo; que, quien lo busca, lo encuentra. Y entonces, el amor de Dios se convertirá en ti en una fuente que empapará todos los aspectos de tu vida.
Que María, en este mes de mayo, nos alcance el derramamiento del Espíritu Santo, y así podamos amarnos los unos a los otros como Jesús nos amó.