Jesús es la verdadera vid. No se conforma con ser el Buen Pastor, como nos decía el domingo pasado. Nos ama tanto, que quiere unirnos a Él como los sarmientos a la vid.
¿Sabes qué día de tu vida se produjo este injerto en Cristo? El día del Bautismo, ¡el día más grande de tu vida! Ahora en Pascua lo estamos saboreando especialmente.
¿Y sabes qué produjo en ti esa unión? Lo primero es que, como Jesús te unió a sí mismo, su vida pasó a ser tu vida, de forma que toda la Vida del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo se derramó sobre ti. En aquel momento, empezaste a ser templo de Dios, a vivir la misma vida del cielo, que nos hará felices por toda la eternidad. Solo que ahora la vivimos sin percibirla plenamente, y por eso hay días en que nos sentimos llenos de Dios y estamos como radiantes; y hay otros –la mayoría– en que no sentimos nada… Pero nuestra unión con Dios no depende de nuestros sentimientos, sino de que permanezcamos en Él.
Además de estar unidos a Dios, la inserción en la verdadera vid nos hace estar unidos a todos los hombres en Cristo. Ellos también están unidos al Señor, y eso hace que se produzca una unión fortísima entre todos, a la que llamamos la comunión de los santos.
Verdaderamente, como nos dice la Madre Trinidad, “¡no existe la soledad para el cristiano!”. Puede existir la soledad física, que es dura, que está muy presente en nuestra sociedad, y que ha sido acentuada por la pandemia. Pero si fuéramos capaces de saborear esta realidad, nos daríamos cuenta de que, en realidad, estamos unidos a Dios y a todos los hombres en Cristo, con tal de que permanezcamos en Él.
Pero Jesús también nos advierte de que un sarmiento arrancado de la vid, no puede dar fruto, un puede hacer nada… Si nosotros nos separamos de Dios por el pecado grave, nos estamos separando de la vid, y por tanto de la Vida divina. Nos estamos aislando de esa familia de los Hijos de Dios. Nos estamos poniendo en peligro de perder la vida eterna. Sin Jesús, no tenemos acceso al cielo.
Por todo ello, qué importante es permanecer, es decir, mantener la vida de gracia que Él nos ha dado. Defendamos nuestra vida de gracia ante tantos peligros que nos ofrece el mundo, ante tantas tentaciones del demonio, ante tantas debilidades de nuestra propia carne. Defended también, padres, la vida de gracia de vuestros hijos en lo que podáis. Es verdad que cada uno tiene que responder libremente a Dios, pero vosotros tenéis la misión de ayudarlos y de formarlos.
La fuerza para defender la vida de la gracia, la encontraremos precisamente en conocer y saborear más lo que esta significa. Procuremos con decisión aumentar este conocimiento amoroso de tener a Dios en nuestra alma, de nuestra unión con Él y con todos por Cristo. ¡Qué grande es ser Iglesia!
María, siempre unida a Jesús, alcánzanos la gracia de saborear y defender la vida de la gracia. María, Madre, haz que todas las madres encuentren en ti su confianza e imiten todas tus virtudes, empezando por permanecer en la unión con tu Hijo, la verdadera vid.