“¡Cómo cantar un cántico del Señor en tierra extranjera!”, decían los israelitas en el destierro. Un destierro que duró 70 años, y que se produjo por culpa de los pecados del pueblo de Israel, a pesar de haber visto y palpado tantos portentos de Dios a lo largo de su historia: Él lo sacó de Egipto, lo condujo por el desierto, lo hizo atravesar el mar rojo, lo alimentó con pan del cielo, les dio su ley, hizo una alianza con él, expulsó a sus enemigos, le dio la tierra prometida, lo protegió…
Pero Israel, inexplicablemente, se volvía contra el Señor una y otra vez. Hasta que llegó un punto en que, separados de Dios, sin su protección, es vencido por una nación más fuerte y es desterrado a Babilonia –actual Irak, que el Papa Francisco acaba de visitar–. Y allí, en una situación de sufrimiento, de indigencia, de desesperanza, sus opresores le piden a los israelitas que canten y que bailen. De ahí que exclamen: “¡Cómo cantar un cántico del Señor en tierra extranjera!”. ¿Cómo alegrarnos, si no tenemos esperanza, si no hay salvación…?
La respuesta nos la da la Iglesia con toda la Liturgia de hoy, que nos dice: “¡Alégrate!”. De esta alegría nos habla el color rosa de la casulla –más alegre que el morado de toda la Cuaresma–, las lecturas, el sonido de los instrumentos musicales, las flores…
Es la alegría que siente Israel porque, estando en el destierro, ve cómo Dios, compadecido, decide intervenir de modo concreto, una vez más, para salvarlo. En este caso, por medio de Ciro, rey de Persia, que devolverá a Israel a su tierra. Es la alegría que sintieron los mismos judíos, tiempo atrás cuando Moisés construyó una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte, para que, al mirarla, se salvaran los que habían sido mordidos por serpientes abrasadoras o venenosas –como le dice Jesús a Nicodemo en el Evangelio de hoy–.
La Iglesia nos llama a alegrarnos hoy porque la salvación del Señor está ya muy cerca. Es una salvación concreta y definitiva. No basada en palabras o promesas vacías, sino en los hechos terribles de la pasión, la muerte y la resurrección de Cristo. Hechos que se harán presentes en la Liturgia de esta Semana Santa. Hechos que son para nosotros, que nos dan la vida eterna y llenan de sentido esta vida terrena.
En medio de la situación que estamos viviendo, con tanto sufrimiento por todos lados, nos damos cuenta más que nunca de que necesitamos la fuerza, la esperanza, el amor y la paz que solo Cristo puede darnos. Por eso, este años, cuando pensemos en la Semana Santa, no caigamos en el error de dejarnos despistar por cosas secundarias: que si nos van a dejar tal o cual cosa, que si voy a ir a no sé dónde, que si voy a hacer no sé qué… Centrémonos en el núcleo, que nunca cambia, que se va a realizar para nosotros. Miremos con fe a Cristo, que será elevado en alto para salvar a muchos.
Que María y S. José, cuya solemnidad celebraremos en unos días, nos ayuden a prepararnos en estos días de Cuaresma que quedan, y a vivir el día de hoy con la alegría profunda y verdadera de saber que ya se acerca nuestra salvación.