Homilía: 2º Domingo de Cuaresma

La Cuaresma es un tiempo de gracia para convertirnos a Dios. “Conversión” es la palabra clave, no lo olvidemos. Y para convertirnos o volvernos totalmente a Dios, la Iglesia nos ha pedido que dejemos muchas cosas que nos estorban o incluso nos alejan del Señor. Hoy, la Liturgia nos pide que pongamos algo, algo muy importante: la fe.

La fe es la virtud que nos permite adherirnos a Dios con nuestro entendimiento y nuestra voluntad. Como Dios está infinitamente por encima de nosotros, necesitamos que Él se nos dé a conocer, se nos revele. Y ante esa revelación, ese conocimiento de Dios, nosotros le respondemos mediante la fe.

Esta virtud de la fe es, ante todo, un don de Dios. Se nos infunde en el Bautismo y va creciendo con la vida de la gracia, los demás Sacramentos, la oración… Pero también requiere nuestra colaboración: fiarnos de lo que Dios nos ha dicho, aceptarlo plenamente, hacerlo nuestro, ejercitarnos en ello, interesarnos por conocer mejor las enseñanzas de la Iglesia…

En el Evangelio de hoy, Jesús se lleva a sus discípulos a un monte alto para iluminarlos de un modo único, más que en toda su vida. Los estaba preparando para el momento de la prueba y de la duda que iba a ser su muerte. Hay momentos en la vida del cristiano en que vivimos la fe en luz: Todo lo vemos claro, todo lo entendemos. Estamos tan a gusto, que nos dan ganas de exclamar, como S. Pedro: ¡Qué bueno es estar aquí, vamos a quedarnos siempre así! Son los momentos en que nos hemos encontrado especialmente con Dios en un retiro, por ejemplo, o en un rato de oración.

Pero esos momentos, por desgracia, no suelen sucedernos continuamente. De hecho, la mayoría del tiempo no sentimos nada especial. Algunas veces, incluso, vivimos lo contrario: la oscuridad. Nos vamos entonces a la primera lectura de hoy, que nos cuenta el sacrificio de Isaac. ¡Qué momento terrible de prueba! Dios le pide a Abrahán que le sacrifique a su único hijo, que le ha nacido en la vejez, de una mujer estéril y depositario de la promesa. Más no le puede pedir… Y, sin embargo, Abrahán no duda un instante, y está dispuesto a obedecer a Dios. También a nosotros nos llegan a veces momentos de sufrimiento, de incomprensión de los planes de Dios, de falta de sentimiento espiritual, de pereza…

La luz y la oscuridad son dos caras de la misma moneda: la fe. Lo importante no es en qué cara estamos viviendo, sino la propia fe. ¿Te toca vivir en luz? Estupendo; aprovecha esas ocasiones y atesóralas en tu corazón con cariño. ¿Te toca vivir en oscuridad? No titubees, Dios está contigo siempre. Sigue confiando en Él. Sigue ofreciéndole todo, que un día lo verás claro. Los momentos de oscuridad valen menos que los de luz, pues ¿acaso la prueba de Abrahán valió poco? Al revés, por ella le concedió Dios una descendencia numerosa como las estrellas del cielo.

Una última cosa: Tengamos en cuenta que a veces estamos en oscuridad pero no porque Dios nos pruebe, sino sencillamente porque no le dedicamos tiempo a las cosas del Señor, porque estamos oxidados espiritualmente, porque no buscamos a Dios. Estamos en la segunda semana de Cuaresma: ¿estás haciendo más oración? ¿Has ido a alguna charla o algún retiro? ¿Estás leyendo la Sagrada Escritura? ¿Estás intentando ir a Misa algún día más? Eso es buscar a Dios

Que el ejemplo y la intercesión de nuestro padre en la fe Abrahán, y sobre todo de María, modelo de fe y obediencia al Señor, nos ayuden a aumentar nuestra fe en esta Cuaresma.