Homilía: 20º Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo C)

“Estad preparados”, nos dice Jesús en el Evangelio de hoy. Es la misma actitud que nos pide en muchos pasajes del Evangelio. Acordaos, por ejemplo, de lo que les dijo a los apóstoles en el huerto de los olivos: “Velad y orad para no caer en tentación”. Es una de las actitudes fundamentales del Cristiano: La vigilancia, el hacer como los esclavos que tienen “los ojos fijos en las manos de sus señores”, el mirar a Dios poniendo en él nuestra vida.

Pero, para poder tener esta actitud de espera y vigilancia, es necesario primero otra actitud fundamental: La fe. Por eso, la segunda lectura de hoy nos habla largamente de ella. Ante todo, la fe es un don de Dios, es una semilla que el plantó en nosotros el día de nuestro Bautismo, pero que nosotros tenemos que ayudar a crecer. La fe necesita nuestra respuesta libre y personal. Y aquí es importante explicar algo que la tradición de la Iglesia nos ha transmitido y que nos ayuda a entender mejor qué es la fe. Los Santos Padres, entre ellos S. Agustín, explicaban que, en la fe, hay dos aspectos complementarios:

  • El primero es la fe en Dios que puede hacer lo que es imposible para los hombres. La confianza en que Dios está vivo y sigue actuando en mi propia vida. Es lo que, en latín, se llama la fides qua.
  • El segundo es la fe en lo que Dios ha dicho, en el contenido de la revelación: en cómo Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, en cómo nos ha creado con amor, en cómo nos ha redimido, en cómo se ha quedado en su iglesia… Es lo que se llama la fides quae.

Estos dos aspectos son como las dos alas que permiten volar a nuestra fe. De ahí que nos preguntemos hoy cómo va cada una de estas dos alas:

  • ¿Pienso que Dios actuó en el pasado con Abraham, Moisés, los Apóstoles… pero que ya no sigue actuando? ¿Lo veo lejos de mi vida? ¿Conozco muchas cosas del contenido de la revelación pero no he experimentado al Señor de manera personal y directa? No tengamos miedo en pedirle al Señor que aumente nuestra fe (fides qua), que actúe en nuestra vida, que nos muestre su amor y su poder de forma concreta.
  • ¿Conozco, acepto y practico todos los contenidos de la fe? ¿O tengo alguna dificultad? Si es así, no tengamos miedo a preguntar, a buscar, a aclarar, a profundizar en la fe (fides quae)

Fijaos que ese primer aspecto de la fe (fides qua) a veces lo damos por supuesto, sobre todo en los jóvenes o los niños. Pero no podemos hacer eso. Al contrario: Como cada uno tiene que encontrarse personalmente con el Señor, los padres o los pastores tenemos que pedir para que este encuentro se produzca, propiciarlo, pero luego tener paciencia. No es algo automático y, por tanto, no podemos obligar a nadie a que tenga esta experiencia. Pero sí podemos estar absolutamente seguros de que el Señor quiere actuar en nuestras vidas, quiere que lo encontremos, porque nos ama infinitamente tal y como somos.

Todos tenemos que convertirnos en cierto modo y descubrir la acción de Dios. Por eso, y aquí volvemos al principio de la homilía, para poder crecer en la fe (en el sentido de confianza en Dios) tenemos que estar atentos, porque Él habla y actúa de muchas maneras. ¡Atrevámonos a descubrir a Dios actuando! Por ejemplo, podemos descubrirlo cuando hablamos con una persona adulta que se ha convertido, al comprobar que ese cambio se ha producido porque ha experimentado que Dios está vivo y actúa en su propia vida. Podemos descubrirlo porque Dios nos toque el corazón haciéndonos entender que solo Él puede llenarlo del todo. O porque nos cure de una enfermedad. O porque conocemos a alguien en quien Dios ha actuado extraordinariamente. O porque lo sentimos indudablemente en la oración, o en un retiro, o en un sacramento. O porque Él nos haga comprender nuestra absoluta pequeñez y su grandeza… Estemos atentos, Porque Dios nos está hablando ahora con amor infinito.

Que la Virgen María, que siempre creyó profundamente en Dios y en su palabra, nos alcance una fe firme y madura, capaz de dar abundante fruto en nuestra vida y en la de los demás.