Homilía: 29º Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo C)

El mensaje que Jesús nos quiere dirigir hoy es clarísimo: tenemos que aprender a orar sin desfallecer. Y el ejemplo de la primera lectura es también paradigmático: Moisés está en la cima del monte orando para que venza el Pueblo de Dios en la batalla. Mientras está con los brazos elevados, vence Israel; cuando los baja, vence Amalec.

Hermanos, de verdad que el Señor escucha siempre nuestras oraciones. Pero esto no funciona como algo automático, algo así como: siempre que rezo tres padrenuestros, entonces el Señor me da lo que le pido. En realidad, nuestras peticiones se sitúan en el contexto de la relación entre la libertad infinita de Dios y la libertad finita de los hombres. Y esa combinación, para nosotros, es muy difícil de entender. De hecho, ya tenemos dificultades para entender la relación entre dos libertades finitas, como son de dos seres humanos, cuánto más difícil de comprender la relación entre Dios y nosotros. Sin embargo, está clarísimo –porque nos lo asegura Jesús– que Dios siempre nos escucha. Y una de las cosas que nos ayuda a entender mejor cómo es esa relación, y por tanto cómo orar mejor, es lo que hace Moisés. Él no solamente levanta las manos –un signo que, por cierto, se recoge la liturgia cuando el sacerdote eleva las manos en las oraciones–, sino que también dice a Josué su ayudante: “Sal y ataca a Amalec”. Y, cuando se cansa de tener los brazos en alto, se inventa un sistema para no bajarlos. Es decir, ora y trabaja. Lo mismo de erróneo sería hacer muchos planes y no contar con Dios, que decirle: “Señor, hazlo Tú todo” y ya que se encargue Él… Hay que orar, pero al mismo tiempo, hay que poner en práctica esa libertad que Él nos ha dado, no para que nos la guardemos en el bolsillo, sino para que la usemos y salgamos a su encuentro.

También vemos el ejemplo ese juez injusto del Evangelio. Para que no lo molestaran, aceptó hacer justicia a aquella viuda que nada le importaba. ¿Qué hará Dios con nosotros, sus elegidos, sabiendo que le importamos tanto que ha dado la vida por nosotros? ¿Cómo no nos va a escuchar?

En relación con todo esto, hay otro aspecto crucial: Dios es nuestro Creador, quien nos ha dado la libertad. Por tanto, cuando yo sinceramente voy hacia él y cumplo lo que Él me dice y estoy abierto a ver si Él me quiere decir algo para corregirme o encauzar algo, estoy siendo más libre. Y, al revés, si yo me aparto de Dios, estoy siendo menos libre. Y este es un paso de confianza, porque a veces parece que Dios me va a quitar libertad, que la libertad es solamente lo que yo quiero, lo que yo pienso, y se me olvida que Dios es capaz de actuar a la vez que yo. Nosotros, no: el que marca el gol es solo uno, y ya no lo marca nadie más. Pero Dios sí puede, porque es Dios. Entonces, tú haces algo y Él lo hace contigo. Esto es muy bonito… Así, cuando Moisés está ahí arriba, ¿quién está venciendo la batalla, Moisés o Dios? ¡Los dos, porque Dios actúa a través de Moisés y Moisés colabora con Dios! Dios quiere utilizarnos, pero no para suplantarnos, sino para darnos plenitud. Es Él quien nos ha regalado esa libertad y esas capacidades para que las pongamos en práctica con Él. Y, para ello, nos pide que lo hagamos orando sin desfallecer, continuamente, con insistencia.

Por ello, vamos a confiar en Dios, vamos a pedirle con insistencia por todo aquello que nos preocupa y vamos a trabajar. Que la Virgen nos ayude a orar sin desfallecer para luchar y vencer.