«¡Velad!». Con esta palabra, Jesús quiere que comencemos el año litúrgico que inauguramos hoy en este primer domingo de Adviento. Es la misma invitación que nos ha hecho durante los últimos domingos: Velad, estad preparados, no os durmáis, mantened la lámpara encendida… porque vendrá el Señor.
Y es que el Adviento nos prepara a las 2 venidas de Cristo:
- La primera se realizó ya. Fue la venida de su Encarnación y nacimiento, con la que Dios unió el cielo y la tierra, y nos dio de nuevo la posibilidad de entrar en su reino, cosa que habíamos perdido con el pecado original. Y esta primera avenida la vamos a vivir gracias a la liturgia, no solo a recordar, dentro de apenas un mes.
- La segunda venida será al final de los tiempos. No sabemos cuándo será pero tenemos la certeza de que ocurrirá.
Y para prepararnos a estas dos venidas, Jesús nos invita a velar. Pero para velar, para prepararnos, necesitamos primero estar convencidos de que necesitamos que el Señor venga. Por tanto la primera pregunta que nos dirige hoy la Iglesia es: ¿deseas que venga el Señor? ¿Se lo pides? ¿Sientes necesidad de que entre en tu vida? Cuando queremos algo, luchamos por ello, insistimos, hacemos planes, deseamos que llegue el momento de obtener lo que buscamos… ¿Nos pasa eso con la venida del Señor? ¿Nos damos cuenta de que el Señor quiere venir de verdad a cada una de nuestras vidas para transformarla, para bendecirla, para llenarla de sus dones, para perdonarnos en esta vida mientras aún estamos a tiempo, para recompensarnos por nuestros esfuerzos cuando nos toque rendir cuentas ante Él? Deseemos que venga el Señor. Eso es lo que hacía el profeta cuando decía en la primera lectura: «Ojalá rasgases el cielo y descendieses». Y también el Salmo: «Pastor de Israel, despierta tu poder y ven a salvarnos».
Por todo ello, vamos a proponernos todos en este principio de Adviento, desear que venga el Señor. Y… ¿cómo conseguirlo? Os propongo dos medios:
- Vamos a decir: «Ven, Señor Jesús». Vamos a fijarnos cada vez que, en la liturgia o en las canciones, se dice esa frase tan propia de Adviento, y vamos a decirla con fuerza y con convicción. Repitámosla en nuestra oración estos días. Digámosla también en casa, y expliquémosles a los niños que necesitamos que el Señor venga a nuestras vidas y al mundo entero.
- Vamos a fijarnos en María, que siempre clamaba: «¡Ven, Señor! Ven de tu seno a mi seno para salvar a los hombres, desterrados hijos de Eva». Y, después de la Encarnación, durante aquel primer Adviento de la historia, seguía clamando: «¡Ven, Jesús! Ven de mi seno a mis brazos, para darte a los hombres».
Que Nuestra Señora nos ayude a velar y aclamar con ella: «¡Ven, Señor Jesús!»