La gracia de Dios y los caminos por los que viene constantemente en nuestra ayuda nunca dejan de sorprendernos. La tecnología —tantas veces falazmente enarbolada como bandera de la independencia y la suficiencia del hombre frente a Dios— fue, precisamente, el medio por el que el pasado sábado 2 de mayo, la brisa fresca del amor de Dios se coló en nuestro hogar y en el de más de una veintena de familias que pudimos asistir, desde las seis de la tarde, al segundo encuentro en línea de familias jóvenes.
Una ocasión privilegiada para compartir nuestra fe y las inquietudes que nos asaltan a todos en esta época tan peculiar.
Encuentros en línea, tan lejos y tan cerca
Estos encuentros en línea dan continuidad a los que, hasta el mes de febrero, pudimos mantener mensualmente en persona en nuestra parroquia. Nunca estuvimos tan alejados como ahora que las circunstancias nos impiden reunirnos físicamente. Y, sin embargo —paradojas de la providencia de Dios— nunca tampoco tuvimos, hasta ayer, la ocasión de contar en nuestras reuniones con la presencia de familias de lugares tan distantes como Polonia —desde donde se conectaron Iza y Pablo— o Paraguay.
Venid a mí todos los que estás cansados…
Cuando hace unos días nos llegó esta convocatoria al grupo de WhatsApp de las familias de la parroquia —al que te animamos a suscribirte si no lo has hecho ya— nos sonó justamente a aquello que más estábamos necesitando: «venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré» (Mt, 11). En nuestro caso, ¡bingo!
Ya en el encuentro, al hilo de este pasaje del Evangelio de san Mateo, D. Pablo —que fue quien guió la reflexión en esta ocasión— habló sobre la necesidad real y urgente de acudir a Jesús desde nuestras casas, para pedirle su ayuda y aprender de Él, «manso y humilde de corazón», sobre todo en estos momentos. Y esto, con gestos concretos. Cuando veamos que la situación nos supera y que estamos a punto de perder el control de nosotros mismos, apartémonos un momento y, en silencio y soledad, miremos a nuestro interior, donde Jesús mora por la vida de gracia, y contemplémoslo sufriendo mansamente por amor al hombre la mayor injusticia que jamás se ha cometido, su Pasión.
Aprendamos de Él y pidámosle con humildad su ayuda para actuar nosotros como Él con aquellos a los que más queremos. Y después de esto, ¡vuelta a la “batalla” como nuevos!
Coloquio
En el coloquio posterior, el testimonio sencillo y espontáneo de varias familias nos ayudó a todos a profundizar en la importancia de ejercitar la sencillez, el perdón y la comprensión mutua en familia para conseguir que nuestros hogares sean el mejor reflejo del de Nazaret. Son virtudes imprescindibles para agradar a Dios y conseguir la felicidad nuestra y de los que nos rodean. Y, como tales, sólo se pueden conseguir con la ayuda de Dios y el esfuerzo constante de nuestra voluntad y nuestro amor. Cuesta mucho al principio —comentó D. Pablo— pero a medida que se va consiguiendo nos llena de alegría, a nosotros y a aquellos que Dios ha puesto a nuestro lado.
Fue una hora y media deliciosa, sencilla, profunda, familiar, que dejó en todos nosotros la experiencia de que realmente Jesús es el descanso de nuestras agitadas vidas. Por nuestra parte (y me aventuro a decir que por la de todos los que tuvimos la suerte de participar), deseosos de poder repetir pronto y de que puedan ser aún más las familias que se beneficien de este momento de encuentro con Dios y con los hermanos.
Familias jóvenes
Aprovecho para invitar a unirse al grupo de familias jóvenes a cualquier familia de la parroquia que quiera participar en estos encuentros.