Jesús nos pide hoy con radicalidad que dejemos las riquezas y pospongamos a nuestros padres, mujer o marido, hijos e incluso a nosotros mismos. Pero no nos lo pide como algo opcional, no nos está hablando hoy de condiciones para optar a un grado muy elevado de vida cristiana o para una vocación especial. Nos dice que, si no hacemos esto, no podemos ser discípulos suyos. Y podemos preguntarnos: ¿Cómo puede pedirnos Jesús tanto?
Nos pide todo porque, primero, Él nos ha dado Todo. Y su “Todo” es el “Todo” de Dios, que es infinito. Por eso es tan importante conocer ese “Todo” de Dios, porque solo entonces podremos entender lo que Él ha hecho por nosotros, solo entonces todas las exigencias de Jesús tendrán sentido, solo entonces todas esas exigencias estarán el equilibrio que el mismo Dios quiere.
De ahí que sea tan importante una palabra que se utiliza mucho en la Sagrada Escritura y en la enseñanza de la Iglesia, y que hoy se nos explica en la primera lectura: la sabiduría. Pero la sabiduría entendida como conocimiento sabroso de Dios. No se trata de haber leído muchos libros o haber cursado muchas carreras, sino de conocer a Dios de modo experiencial, “saber de saborear” que dice la Madre Trinidad.
Aquí hago un paréntesis para explicar que el Concilio Vaticano I afirmó lo siguiente: “La Santa Madre Iglesia sostiene y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza a partir de las cosas creadas con la luz natural de la razón humana”. Es decir, que el hombre, con sus propias fuerzas, puede llegar a la conclusión de que Dios existe, porque tiene esa capacidad que el mismo Creador le ha dado por haberlo hecho a su imagen. Sin embargo, sigue explicando el Concilio, necesita de Dios para conocerlo en su intimidad y conocer sus planes sobre el propio hombre y la creación. Lo que pasa es que, en ese conocimiento de Dios del que es capaz la razón, puede haber errores o dificultades, porque estamos heridos por el pecado original en todas nuestras capacidades. Por eso, Dios quiso comunicarse a nosotros no solo en aquello que la razón no alcanza, sino también en lo que de por sí podría alcanzar. Esta revelación, que nos fue dando a través de tantos profetas, llegó a su plenitud en Jesús, la Palabra de Dios encarnada.
Por todo ello, y cerrado ya el paréntesis, ¡qué importante y necesaria es la sabiduría! Tenemos que esforzarnos por buscarla en un doble sentido:
- Formándonos: leyendo el Evangelio, el magisterio de la Iglesia o a los Santos, acudiendo a charlas o retiros…
- Llevando todo ese conocimiento a la oración para que el Señor mismo, que está vivo en su Iglesia, pueda realizar en nosotros su misión de comunicarnos la vida de Dios, de llenarnos de su sabiduría, de pasar las cosas de nuestra mente nuestro corazón para que podamos saborearlas y vivirlas.
¿No te gustaría estar lleno del conocimiento sabroso de Dios? ¿No te gustaría entender y saborear los planes de Dios, y que esto diera sentido a todas las exigencias que Jesús nos hace en el Evangelio? ¿No te gustaría conocer tanto a Dios que te sintieras atraído irresistiblemente a Él, de modo que todo lo demás pasara a un segundo plano? ¿No te gustaría ser capaz de dar razón de tu esperanza a los que te rodean para iluminarlos en sus vidas? Si tuvieras esa sabiduría, entenderías que Jesús hoy nos pide que no pongamos nuestro corazón en las riquezas, sino que utilicemos los bienes materiales como Dios quiere. Y que el primer lugar le corresponde siempre al Señor, que es quien nos ha creado a todos, quien nos ama infinitamente a todos y quien quiere el bien para todos.
Pidamos al Señor que nos ayude a “calcular nuestros años para que adquiramos un corazón sensato”: que pensemos lo importante que es saber a Dios, y que nos preguntemos cuánto tiempo le estamos dedicando, porque la vida se nos pasa ¡y esto es esencial!
Que María, Trono de la sabiduría, nos alcance este don del Espíritu Santo.