El pasado miércoles, con la imposición de la ceniza, la Iglesia nos recordaba que nosotros no somos nada… sin Dios; pero, con Él, lo podemos todo. Y esto, que es la clave de nuestra vida cristiana, también es la clave del Evangelio de hoy.
Jesús, nos dice S. Lucas, fue llevado por el Espíritu al desierto y fue tentado por el diablo. Lo primero que vemos, por tanto, es que el diablo existe y que nos tienta. El diablo, o los diablos, que son muchos, son ángeles que le dijeron a Dios que no, que no querían vivir con Él. Ellos son seres mucho más grandes, perfectos y poderosos que nosotros, y tomaron esa decisión en un instante –a nosotros, tomar esa decisión de cara a la vida eterna nos lleva toda la vida–. En cambio, los demás ángeles le dijeron a Dios que sí y pasaron a vivir con Él en plena luz. Pues bien, estos ángeles caídos no soportan que nosotros podamos tener lo que ellos perdieron: a Dios. Y por eso nos atacan. Ordinariamente, lo hacen a través de la tentación.
Lo segundo que entendemos en este Evangelio es que el diablo nos ataca allí donde somos más débiles. A Jesús, que no tenía ninguna mala inclinación en su alma, lo ataca cuando siente hambre, tras 40 días sin comer… ¿No tienes hambre? El diablo nos busca el punto débil y ahí ataca. Que cada uno piense sus puntos débiles: sus malas tendencias, lo que más le cuesta, las debilidades de su carácter, los pecados en los que más cae… Conocernos con humildad es esencial para estar preparados y defendernos de estos ataques.
Lo tercero que vemos es que el diablo intenta engañarnos. Él es el padre de la mentira, pero no todo lo que nos pone delante en la tentación es mentira, porque si no, no picaríamos. Nos ofrece un cebo apetitoso, con parte de verdad, pero detrás de él está el anzuelo. Por eso, cuidado con seguir otros maestros que no sean Jesús, con adoptar costumbres sin verificar antes si son conformes al Evangelio. No basta con que todos lo hagan para que sea bueno (Ojo por ejemplo con el yoga, el reiki y esas cosas, que a lo mejor los haces buscando algo bueno sin más profundidad. Cuidado porque estas cosas tienen detrás una filosofía y casi diría una espiritualidad contraria a la fe, y de eso se aprovecha el demonio…).
Finalmente, otra cosa importantísima que aprendemos es cómo hay que responder a la tentación: rápidamente, con firmeza y recurriendo a Dios. Jesús no entra en diálogo con la tentación, no le concede ni un segundo, sino que en seguida responde. Y lo hace con tanta firmeza, que utiliza la palabra que más fuerza tiene: la Palabra de Dios, y por eso cita la Biblia en las tres tentaciones. Este recurso a Dios en su palabra no tiene por qué ser textual, pero, volviendo al principio de esta homilía, nosotros necesitamos la ayuda de Dios. Por eso, tenemos que recurrir a Él, y a la intercesión de la Virgen, en cada tentación.
Dios es tan bueno que no va a dejar que la tentación supere nuestras fuerzas. Y esas fuerzas nos las da Él para que luchemos y venzamos, para que nos fortalezcamos y demos gloria a Dios. Vamos a estar despiertos, especialmente en este tiempo de Cuaresma, y a pedir al Padre por María: “No nos dejes caer en la tentación y líbranos del maligno”.