La alegría es el tema principal de la Liturgia de este domingo, que se llama precisamente el “domingo Gaudete”, que significa “el domingo de la alegría”. Por ello, las vestiduras del sacerdote pueden ser hoy de color rosa, y S. Pablo nos dice en la Carta a los Filipenses: “Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres”.
Pero, ¿a por qué tenemos que estar alegres? Por tres razones:
- Porque el Señor está ya muy cerca. Solo queda otro domingo y después ya, la Navidad. Y con el nacimiento de Jesús, nos llega la salvación, la redención, el perdón de nuestros pecados, la luz y la gracia… y eso nos alegra y nos llena de felicidad. Dice también Sofonías en la primera lectura: “Alégrate, hija de Sión… el Señor ha revocado tu sentencia”.
- Porque quien hace el bien, encuentra la felicidad verdadera. ¿No experimentamos todos en nuestra vida que, cuando hacemos las cosas bien, luego nos sentimos bien, con alegría, con paz? Y, al revés, ¿no nos pasa que, cuando obramos mal, nos sentimos después con remordimientos, con amargura, con tristeza? S. Juan Bautista, en el Evangelio de hoy, va respondiendo a cada uno que le pregunta: “¿Y yo qué debo hacer?”. Es la pregunta que tenemos que hacer nosotros a Jesús estos días en la oración. Es la respuesta que tenemos que poner en práctica para podernos alegrar de preparar los caminos al Señor.
- Porque Dios es grande. En el salmo, hemos respondido: “Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel”. Quizá estemos poco acostumbrados a alegrarnos en el simple hecho de que Dios es grande, de que lo puede todo, de que es el Amor Infinito, de que es la fuente de la felicidad. Alegrarnos en Él, sin pensar en nosotros. Pero, en realidad, esta es la mayor de las alegrías, porque es la que nos hará dichosos por toda la eternidad, porque estamos creados para ella, porque cuando la descubrimos, las demás se quedan muy pequeñas…
Alegraos, por tanto, hermanos. Alegraos con María. Alegraos con la Iglesia Santa: El Señor está cerca, nosotros queremos prepararle el camino, y Él nos dará a participar de su misma alegría, que no tiene fin.