“El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”, hemos repetido en el salmo de hoy. Un salmo escrito cuando el pueblo de Israel regresó del destierro de Babilonia. Para nosotros, es una nueva invitación a pensar que toda tristeza tiene fin. Y a eso mismo nos anima la primera lectura, en la que Dios –por medio de Baruc– promete a Israel días de gloria y de bendición que pondrán fin a los sufrimientos del destierro.
Pues bien, igual que Dios libró a Israel, así libró a toda la humanidad de las consecuencias del pecado y le dio la salvación con la venida de Cristo. Y eso que ya sucedió con la venida salvadora de Jesús, se hará presente en esta Navidad. Por eso, digamos con fuerza: “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”.
Pero para que Dios obre maravillas en su nuevo Israel –que es la Iglesia– y en cada uno de nosotros, hace falta una conversión continua, y muy especialmente ahora en el Adviento, tiempo de alegre esperanza, donde la conversión es más insistente y apremiante. Conversión predicada por Juan el Bautista –y hoy por la Iglesia–, y que consiste en preparar los caminos del Señor. Concretamente, S. Juan nos habla de:
- Rellenar los valles: poner lo que nos falta, es decir, superar la pereza, las omisiones o las cobardías.
- Rebajar los montes: quitar lo que nos sobra, o sea, vencer la soberbia, el egoísmo o los excesivos agobios.
- Enderezar lo torcido: corregir lo malo, por ejemplo, los pecados contra la caridad, la pureza, la verdad, la justicia…
María, Nuestra Señora del Adviento, otórganos la fuerza de lo alto para que sepamos preparar los caminos del Señor. Así, veremos la salvación de Dios y cantaremos unidos: “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”.