¿Sabes por qué todos los domingos son domingos? Porque hoy resucitó el Señor. ¿Sabes por qué tenemos confianza en que un día podremos ir al cielo? Porque hoy resucitó el Señor. ¿Sabes por qué tenemos fe en que Jesucristo es Dios? Porque hoy resucitó el Señor. ¿Sabes por qué nuestra ley de vida es el amor a Dios y a los demás? Porque hoy resucitó el Señor.
Hermanos, estamos celebrando el gran día que cambió la Historia para siempre, que da sentido a toda nuestra vida toda nuestra existencia. Dice S. Pablo: “si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe”. Porque hoy el Señor culmina esa entrega cruenta de su pasión y su muerte por amor, con la demostración de que Él es Dios, de que él tiene poder sobre la vida y sobre la muerte. Hoy el Señor nos abre el camino a la vida eterna porque Él es nuestra primicia y, si él ha resucitado, sabemos que este cuerpo nuestro también resucitará un día glorioso para esa vida eterna.
Toda la liturgia de hoy nos habla de la alegría de este misterio: Tenemos el cirio pascual, que representa a Jesús, que con su luz, disipa las tinieblas del pecado, de la confusión y del mal. Tenemos el agua, que hemos rociado sobre vosotros para recordar nuestro bautismo, momento en el cual empezamos a recibir esta vida eterna. Tenemos la celebración de la Eucaristía, en la que viene al altar el mismo Jesús resucitado. Y, si te has preparado y lo recibes, tendrás al mismo Señor resucitado dentro de ti.
Alegrémonos con nuestra madre, María. Alegrémonos con nuestra madre, la Iglesia Santa. Pero vamos a alegrarnos de verdad, de un modo personal y directo. El Señor quiere encontrarse hoy contigo, y te dice: “Esta gloria también es para ti”. Hoy celebramos la Resurrección del Señor.