La parábola que Jesús dirige hoy a los sumos sacerdotes y ancianos es dura y triste, pero real. Termina diciendo: «Se os quitará a vosotros el Reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos». Y así fue, por desgracia: la mayoría del pueblo judío no recibió al Mesías, y el Señor dejó de darle dones para distribuirlos a todos los pueblos en el nuevo Israel. Y es que los dones de Dios son así: abundantes y generosos, pero exigen respuesta, como en esa otra parábola de los talentos. Si una persona no responde, Dios deja de darle más dones, para no seguir cargándola de responsabilidad ante su falta de respuesta.
Esta parábola, el Señor nos la dirige a nosotros en el día en que celebramos, por primera vez, la jornada por la comunión eclesial en la diócesis de Madrid. Es una iniciativa en la que nuestro Sr. Cardenal tiene mucho interés, y que ha sido apoyada decididamente por el Papa Francisco. ¿Y qué tiene que ver la parábola con esta jornada? Pues que Dios ha dado dones diversos a toda la Iglesia, tanto a nivel personal como comunitario. Cada uno tiene que fructificar en el sitio donde Él le ha puesto. Pero, al mismo tiempo, tiene que ser consciente de que forma parte de ese gran pueblo en el que el más importante es el Señor. Él es quien hace a la Iglesia Santa, quien derrama sus dones a través de ella, quien nos llama, quien nos coloca en una familia, una parroquia, un grupo. Por ello, tenemos que tener cuidado de no caer en la tentación de pensar que lo mío es lo mejor o lo único bueno, llegando incluso a despreciar o a criticar a los demás grupos o parroquias. No, hermanos, no. ¡Jesús nos quiere unidos! Acordaos de lo que dijo en la última cena: «Padre, que todos sean uno como Tú y Yo somos uno». Y también: «Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo «. ¿Cuántos millones de cristianos somos en la diócesis de Madrid? ¿No os parece que, si pidiéramos todos unidos, nos escucharía más el Señor? Eso es lo que Él quiere: que rememos juntos en esta barca que dirige nuestro Obispo, y en esa gran barca que está confiada al Papa.
Cuando miramos a los demás grupos, hemos de tener mirada sobrenatural para ver en ellos los dones de Dios, para alegrarnos con sus éxitos, para pedir por ellos. Y cuando miramos al nuestro, al de cada uno, tenemos que ser humildes y reconocer nuestros propios errores -porque todos los tenemos en la práctica- y preguntarnos: ¿Qué quiere Dios de nosotros? Porque esa es la clave: hacer lo que Dios quiere. Y Dios nos manifiesta su voluntad en varios niveles: por encima de todo, está la ley de Dios -los mandamientos-; después, la ley de la Iglesia universal recogida en el Derecho Canónico -que tenemos que procurar conocer y cumplir- y finalmente, la ley particular de un Obispo en su diócesis o un superior para los miembros de su institución. Yo, por ejemplo, como párroco, tengo autoridad en algunas cosas, pero no puedo ir contra lo que se sale de mi competencia, como sería por ejemplo obligar a todos los feligreses a comulgar en la mano… El derecho a elegir la forma de comulgar es de cada fiel. Si yo respeto eso viendo en ello la voluntad de Dios, también estoy construyendo así la comunión. ¡La Iglesia está muy bien hecha! Somos nosotros los que lo hacemos mal muchas veces.
Que Santa María de la Almudena, nuestra patrona, nos ayude a mirar a los demás con mirada sobrenatural, y nos alcance mirarnos a nosotros mismos con humildad y buscando la voluntad de Dios. Así, marcharemos todos unidos y contentos, y seremos capaces de dar testimonio del rostro de Dios, que está en la Iglesia Santa.