En el Ángelus de este domingo, el Papa comentó el pasaje del Evangelio de las bodas de Caná, en el que jugó un papel tan destacado la Virgen María. Por eso Francisco concluyó sus palabras exhortando a revivir «los momentos en los que hemos experimentado su presencia y su intercesión… Que ella, la Madre, que como en Caná está siempre atenta, nos ayude a atesorar los signos de Dios en nuestra vida».
Discreción
La transformación del agua en vino en aquella fiesta nupcial es uno de esos signos, que «suscita la fe de los discípulos» para «alegría de los esposos».
¿Y qué es un «signo de Dios»? Es «un indicio que revela el amor de Dios, que no reclama atención sobre la potencia del gesto, sino sobre el amor que lo ha provocado». Un gesto que nos enseña cómo es el amor de Dios, «siempre cercano, tierno y compasivo».
Francisco destacó de aquel milagro la «discreción» con la que se hizo, tanto por parte de Nuestra Señor como por parte de su Hijo, quien interviene «sin clamor, casi sin que se note». Quería Él también así instruir a los apóstoles sobre su propio «modo de actuar», de «servir sin ser visto». Tanto es así, que los cumplidos por el vino se dirigen luego al esposo, porque, salvo los servidores, nadie se ha dado cuenta del cambio.
«Así comienza a desarrollarse en los discípulos el germen de la fe, esto es, creen que en Jesús está presente Dios, el amor de Dios», continuó el Papa: «Es bello pensar que el primer signo que Jesús cumple no es una curación extraordinaria o un prodigio en el templo de Jerusalén, sino un gesto que sale al encuentro de una necesidad simple y concreta de gente común, un gesto doméstico».
En nuestra vida cotidana sucede lo mismo: «Él está dispuesto para ayudarnos, para levantarnos. Y entonces, si estamos atentos a estos ‘signos’, su amor nos conquista y nos hacemos discípulos suyos».
El vino bueno
Francisco también destacó el otro elemento notable del milagro de Caná, y es que «Jesús hace que la fiesta termine con el mejor vino. Simbólicamente esto nos dice que Dios quiere lo mejor para nosotros, nos quiere felices. No se pone límites y no nos pide intereses».
Por eso el Papa concluyó proponiendo un ejercicio a los presentes: «Probemos hoy a buscar entre nuestros recuerdos los signos que el Señor ha realizado en nuestra vida… Son signos que ha llevado a cabo para mostrarnos que nos ama… Y preguntémonos: ¿con qué signos, discretos y premurosos, me ha hecho sentir su ternura? ¿Cómo he descubierto su cercanía?»