«Te seguiré, Señor seguiré tus pasos». Así se cantó al comienzo de la vigilia Adoremos que se celebró el pasado viernes, 3 de julio, en la catedral de la Almudena, la primera tras la pandemia. Después de meses de incertidumbres, preocupaciones y situaciones desconocidas, como se señaló en la monición de entrada, «hoy miramos a Jesús para presentarle las inquietudes de nuestros corazones».
Cumpliendo con todas las medidas de seguridad preceptivas (aforo limitado, distancia de seguridad, confesiones fuera de los confesionarios), en este rato de oración presidido por el cardenal Carlos Osoro y con el Santísimo presente en el sacramento del altar se pudieron escuchar algunos testimonios de jóvenes que han vivido el tiempo de pandemia de manera especial.
Clara, terapeuta ocupacional, ha estado trabajando en una residencia y se dio cuenta, a raíz de un pensamiento de san Juan Pablo II «que cayó en mis manos en medio de todo lo que empezamos a vivir en marzo», que las pequeñas cosas que hacía por los residentes, como tomarles la temperatura o llevarles la comida, «lo puedes hacer por amor, y eso deja huella». «A los profesionales nos tocaba ser Jesús, acompañar al enfermo, mirarle en los últimos momentos; nos tocaba coger su mano». A su vez, Clara descubrió que en esos momentos de dar la mano, el residente «para mí era Jesús, y era Jesús sufriendo en la cruz el que me estaba sosteniendo a mí».
Otra de las jóvenes, Nerea, se encontró a los pocos días del confinamiento en situación de ERTE, «día y noche atada a un móvil sin saber cuándo volvería a ver a mi familia y a mis amigos», y entró en pánico. A ello se sumó el fallecimiento de su abuela, el 13 de abril, y empezó «a pedirle al Señor explicaciones». Pero Dios le hizo cambiar la pregunta: del por qué pasó al para qué. «El Señor nos ha puesto esta enfermedad en el camino para enseñarnos a queremos en la distancia, para poder ayudar, cobijar dentro de nuestra alma».
En representación de #MadridLive, el Plan de Esperanza pospandemia que los jóvenes han puesto en marcha animados por el arzobispo de Madrid, Teresa recordó que «los tiempos de crisis son también tiempos de cambio» y que ante las dudas, la falta de fuerzas y la debilidad de la fe, «debemos mirar a Cristo». «Somos una juventud –añadió– que no se cansa, que no tiene miedo; somos una juventud comprometida y cambiaremos el mundo que nos rodea».
«El amor verdadero es el amor de Dios»
El arzobispo de Madrid comentó al comienzo de su meditación, al hilo del Evangelio que se había proclamado –«venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré»–, que «parece que el Señor estaba pensando en nosotros para decirnos la palabra que necesitábamos en estos momentos». Se puede sentir que la vida «nos pesa», reconoció el cardenal, y esto puede llevar a una situación de cansancio y desesperanza, pero Jesucristo invita a ir a Él, a su amor que «ilumina la oscuridad de nuestra vida y llena vacíos de nuestro corazón».
Explicó a los jóvenes que el Señor cuenta con todos para la misión, nadie tiene un privilegio especial, y que «el Dios que Jesús muestra no puede ser aceptado más que por gente sencilla y sin prejuicios». Así, los animó a a ser «personas de esperanza, capaces de seguir en la misión». «Despertemos a la misión que nos ha dado Jesucristo –propuso–, que siempre es una misión de esperanza».
Aludiendo a las palabras del mismo Jesús, «todo me lo ha dado mi Padre», el cardenal señaló que «nosotros podemos decir lo mismo, podemos reconocer esta noche que todo nos ha sido dado» y por eso «necesitamos recuperar la actitud de alabanza y de acción de gracias que hemos perdido». Y todo lo que Dios da es en definitiva su amor: «Salva el amor, y salva el amor verdadero que es el amor de Dios».