Después de los padecimientos que hemos vivido, cuando hemos visto que no hay luz y se rompen tantas cosas, entre ellas muchas familias que no se sustentan en un amor absoluto, me atrevo a proponeros a todos hacer una peregrinación en este año en el que en la Iglesia van a tener un protagonismo especial san José y la familia. Como Jesús y María, como los pastores y los Magos, vayamos siempre a lo esencial. En este tiempo de pandemia, después de tantas preguntas y tantos intentos de dar respuesta, después de tanto sufrimiento, del confinamiento y de la experiencia de la propia vulnerabilidad, ¿qué es lo esencial? Lo esencial es Dios. Sin Dios no hay luz; no hay un descubrimiento de las dimensiones reales del hombre, que nos lleva a decir a quien me encuentro: «Eres mi hermano».
Tenemos que anunciar a Jesucristo; la fuerza del anuncio cristiano no ha perdido vigencia. No caigamos en la tentación de pensar que solamente la ciencia es objetiva y que la religión o lo religioso pertenecen a la esfera subjetiva del sentimiento religioso. Los descubrimientos científicos nos ofrecen a los hombres nuevas posibilidades, como la vacuna contra el coronavirus que tanto bien traerá a la humanidad cuando legue a todos. Sin embargo, no podemos pensar que solamente puede ser conocido lo verificable empíricamente; la religión nos ofrece otra manera y otro modo de conocer y no se puede reducir al reino cambiante de la experiencia personal. La persona de Jesucristo nos da una manera absolutamente nueva de entender al ser humano, sus relaciones con todos los hombres y con Dios.
Comencemos esta peregrinación con la fe y la adhesión absoluta a Dios de María y José. Se inicia con la anunciación a María y con Dios acercándose a José para hacerle ver lo que sucede. Dios ha querido contar con su participación. Qué bueno es recordar, ante la realidad que se nos ofrece en Belén, que sin Dios y sin amor a la vida no hay progreso. En Cristo, Verbo encarnado, logramos comprender la grandeza de nuestra humanidad, el misterio de nuestra vida en la tierra y el sublime destino que nos espera. Con el nacimiento de Cristo vemos el rostro de un Dios que se acerca a nosotros y nos quiere mostrar su amor para que lo vivamos y se lo entreguemos al resto de los hombres.
Los acontecimientos que nos describe el Evangelio nos hacen mirar a santa María de un modo especial, como mujer elegida para tomar rostro humano, para hacerse visible quien se había manifestado de muchas maneras pero era el invisible. La audacia, la fe, la adhesión al proyecto de Dios de santa María y de san José tienen una fuerza única. Ella escucha aquellas palabras que manifiestan el amor de Dios: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Saberse amado por Dios produce alegría verdadera, y da sentido. Cómo cala en lo más profundo que Dios nos ama: está a nuestro lado, nos ofrece todo lo que necesita el ser humano para vivir. Que podamos decir como María: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra».
Acerquémonos con la Virgen y san José al portal de Belén: van a una cueva porque no había sitio para ellos en la posada. Quien viene a traer Luz, Paz, Fraternidad y Vida resulta que no encuentra un sitio; tiene que ir a nacer a una cueva que hacía de establo. Esto es imagen de lo que puede suceder en la vida del ser humano. Tenemos y hacemos sitio a muchas cosas en la vida, pero, ¿damos un lugar en nuestra vida a Dios? No siempre se le hace sitio y, por ello, como hemos experimentado en estos meses, a veces se producen grandes vacíos.
En la peregrinación a Belén están también los pastores, que de noche y a cielo abierto, han experimentado la gloria de Dios, la claridad que Dios les ofrece, han sido envueltos por esa gloria. Escucharon la noticia que iba a alegrar al pueblo, a todos los hombres. Hoy vemos a muchas personas sin un lugar digno para vivir, sin libertad verdadera, con derechos pisoteados, sin trabajo para poder subsistir y comer, obligadas a emigrar de sus países por la guerra o en busca de sustento para los suyos… Vemos muchas oscuridades. En tiempos de Jesús, un pueblo que vivía en la oscuridad, instalado en un sálvese quien pueda, escuchó que en la ciudad de David había nacido un Salvador. «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad». Los pastores llegaron a Belén y conversaron con María y José, que los escuchaban. ¿Qué vieron? La vuelta a sus lugares fue una fiesta; en el camino iban dando gloria y alabanza a Dios, la misma que nos invitan a dar a nosotros. ¿Seremos capaces de dejar que entre la misma Luz de Belén en este mundo? Ciertamente hace falta. Quien se encuentra con esta Luz no puede resistirse a comunicarla. La humanidad ha de fraguarse desde ese amor que Dios nos da para que lo entreguemos.
Por otra parte, tenemos a aquellos Magos de Oriente que llegan a Belén y que representan a tantos hombres y mujeres que no han oído hablar nunca de Dios, pero que han visto atisbos de Él: «Han visto salir una estrella y vienen a adorarlo». No buscan un rey con las medidas del mundo; buscan a Dios mismo. En Belén lo encuentran, lo ven, lo adoran y le ofrecen lo que tienen como expresión de agradecimiento y de haber encontrado lo que habían buscado siempre.
En el comienzo del año, haced esta peregrinación, que se puede hacer desde cualquier lugar. De lo que se trata es de no tener miedos y abrirnos a quien es Luz, Vida y Amor. Si no, no podemos vivir ni dar vida en abundancia.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid