Homilía: Epifanía del Señor

Hoy es un día de ilusión y alegría, sobre todo para los más pequeños, los preferidos de Jesús. Los regalos de los Reyes nos deben hacer pensar en cuántas gracias tenemos que dar a Dios por lo bueno que tenemos, todo recibido de Él. Y, al mismo tiempo, recordarnos que estamos invitados a imitar el ejemplo de aquellos tres magos, que se dejaron guiar por una estrella, ofrecieron sus dones al Niño Jesús, y lo adoraron.

También nosotros, que hemos recibido el gran don de la fe, debemos dejar que ella guíe nuestra vida. Hoy parece que son los sentimientos o las opiniones de los “expertos” lo que todo el mundo acepta como guía de sus propias vidas, hasta el punto de que, si no te dejas llevar por ello, eres considerado alguien raro… La voluntad es como el timón que debe guiar nuestra vida a buen puerto, guiada por ese vigía que es la razón. Pero una y otra necesitan la luz y la purificación de la fe, que las supera pero no las contradice, porque Dios es nuestro Creador y nuestro Redentor.

También nosotros, capaces de vivir de Dios, debemos adorar al Niño-Dios. Si descubriéramos un poco la alegría que hay en adorar, desearíamos estar adorando todo el día. De hecho, en el cielo estaremos continuamente adorando, y nunca nos cansaremos. De hecho, hemos sido creados para adorar. Y adorar es amar tanto, que rindamos nuestro ser totalmente en un silencio, en una confianza, en un abandono totales ante el poderío y el amor infinitos de Dios.

También nosotros, por último, llenos de dones del Creador, debemos ser desprendidos y no poner nuestro corazón en esas cosas materiales, sino en el fin para el cual hemos sido creados: el mismo Dios.

Pidámosle a María, a quien los magos encontraron junto al Niño en aquella casa, que representa a la Iglesia, que también nosotros nos dejemos guiar por la fe, adoremos al Señor y pongamos nuestro corazón no en las cosas materiales, sino en ese Niño, que es Dios hecho carne y manifestado a todos los pueblos.