Hoy es el día de las misiones. La Iglesia nos invita a pensar en esos hermanos nuestros que están predicando el Evangelio en aquellos lugares donde aún se ha oído hablar poco de Jesús. Que han renunciado a las comodidades que nos ofrece nuestra sociedad para vivir en condiciones duras: sin electricidad, sin agua, con unas comunicaciones muy limitadas, etc. Y han renunciado para llevar a Dios a personas que, en cambio, suelen tener mucha más hambre de lo sobrenatural que nosotros. ¿Por qué? Porque nosotros hemos dado un peso excesivamente grande a lo material y, cuando se hace eso, ahogamos el espíritu.
Estos hermanos nuestros, los misioneros, son quienes están en vanguardia, y te dicen: “Tú que estás en retaguardia, ayúdame”. Nosotros podemos ayudarlos con nuestra limosna, y sobre todo con nuestra oración para que el Señor los fortalezca y los ilumine.
Déjame que te pregunte ahora: Si un periodista te parase por la calle hoy y te preguntase si tú eres misionero, ¿qué le dirías…? ¡Tenemos que decir que sí, porque somos misioneros desde el día del bautismo! La Iglesia es intrínsecamente misionera porque ha recibido de Jesús la misión de llevar la vida divina a todos los hombres de todo lugar y tiempo. ¡Y tú y yo somos Iglesia!
Y, ¿cómo puedes actuar como misionero? Dando a Dios a los demás con las palabras y con el ejemplo; llevando a la gente a Jesús, que está en su Iglesia y se nos da especialmente mediante los sacramentos; difundiendo la misericordia del Señor a todos nuestros hermanos cómo lo haría Él mismo. Y esto allí donde la Providencia te haya puesto: en tu familia, en tu trabajo, en tu bloque de vecinos, en tu clase, con tus amigos… Para conseguir esto, no basta con hacerse una lista de tareas que hay que ir marcando como completadas cada día; hace falta un corazón misionero.
Para tener ese corazón misionero es necesario que se lo pidamos a Dios con humildad, como nos dice hoy su Palabra. Concretamente, el Evangelio nos habla de ese fariseo que, a pesar de ser justo y hacer muchas cosas bien, no agradó a Dios porque era soberbio. Sin embargo, el publicano consiguió que su oración fuera escuchada. Esto es muy interesante. Nos lo dice también la primera lectura: “La oración del humilde traspasa el cielo”. Y ser humilde es reconocer la verdad: tengo muchos límites, por un lado, y muchos dones de Dios por otro. En esta línea, S. Pablo, en la segunda lectura, nos hablaba de lo que Cristo había hecho a través de él. Pues también quiere actuar a través de ti, a través de tu corazón inflamado en el amor de Dios, que es el Espíritu Santo, que esté deseando llevarlo a todas partes.
Pidamos a la Virgen, Reina de las misiones, que nos dé un corazón misionero, que se lance con confianza y humildad a dar testimonio de su Hijo a todos nuestros hermanos.