Homilía: 29º Domingo del Tiempo Ordinario

Se acercaron Santiago y Juan a Jesús, y ni cortos ni perezosos le dijeron que tenían que concederles algo: sentarse, en su reino, a su derecha y a su izquierda. Cuando uno lo lee, casi dan ganas de decirles: “¡Olé!, vosotros sí que pensáis en el Señor!”.

Esta pretensión de “los hijos del trueno”, también nosotros la tenemos muchas veces: queremos ser los más importantes, los primeros; queremos que todos hablen bien de nosotros, que nos admiren… ¿Te has preguntado alguna vez por qué? Indudablemente, en todos nuestros corazones hay un deseo de grandeza, de llenura; ¿sabes de dónde viene? Este anhelo irrenunciable lo ha puesto el mismo Dios, porque nos ha creado para lo más grande, para lo más importante: ser hijos de Dios, convertirnos en Dios por participación, vivir de su misma Vida. No cabe nada más grande.

El problema es que, muchas veces, “apuntamos mal”. Es decir, en vez de buscar llenarnos de Dios -su sabiduría, su belleza, su amor…– buscamos otras cosas, pensando que llenarán ese deseo de nuestro corazón. Pero así no lo llenamos; y lo que es peor: impedimos que Dios nos llene porque elegimos hacer cosas en contra de su voluntad. Esto es lo que les pasó a Santiago y a Juan: buscaron ser importantes en algo humano, un puesto de honor, en vez de buscarlo en vivir con Jesús como Él quisiera, cumpliendo su voluntad.

Pero hay otro peligro también, y es el polo opuesto. O sea, decir que no a ese deseo de nuestro corazón, malinterpretando lo que significa la verdadera humildad. Es quedarse solo con la parte “negativa” de decir que no a lo aparentemente importante, pero sin decir que sí a lo verdaderamente importante, sin buscar llenarse de Dios. Es como rechazar alimentos dañinos pero sin comer los  beneficiosos… Cuando vivimos así, al final nuestro corazón se queja, porque no puede dejar de querer ser feliz, y entonces, en cualquier dificultad, podemos incluso perder la fe, pensando: es que ser cristiano es difícil, es duro… Mira fulanita, qué feliz es haciendo esto o lo otro que yo no puedo hacer porque soy cristiano… Ojo, porque esto pasa.

Por tanto, lancémonos a la búsqueda de lo verdaderamente grande e importante con ganas, con alegría y con confianza en nuestro Padre Dios, que siempre quiere lo mejor para nosotros, aunque algunas veces nos cueste entenderlo a la primera, como les pasa a los niños con sus padres. ¿Está nuestro corazón lleno de Dios? ¿Estamos cumpliendo el fin para el cual Él nos ha creado? ¿O estamos distraídos en otras cosas y no tenemos tiempo de “dar de comer” a nuestro corazón?…

Por último, en este contexto de lo que de el Señor quiere para nosotros, Jesús nos habla de cómo tenemos que ejercer cualquier autoridad: la autoridad no es para buscar falsas grandezas, sino para “servir hasta dar la vida”. Así lo hizo Él. ¿Lo hago yo en la parcela de mi vida en la que tengo autoridad?

Que María, humilde esclava del Señor, en la que Él hizo cosas grandes, nos conceda su ayuda, su valimiento, para ser discípulos con el corazón alegre.