Homilía: 26º Domingo del Tiempo Ordinario

«Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús». Qué manera más bonita y más exacta de presentarnos el cristianismo. S. Pablo nos dice esto porque Jesús nos mandó: «Amaos como yo os he amado». Esos son los sentimientos propios de Cristo Jesús: amándonos infinitamente, «se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz». Él es Dios, y no necesitaba hacer eso para ser feliz, puesto que lo tiene y lo es todo. Todo lo hizo por nuestra salvación, para que no nos perdamos la vida y la riqueza eterna a la que estamos llamados. Y, porque Jesús cumplió siempre la voluntad del Padre, buscando nuestro verdadero bien, Él «lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre».

Hay, además, otro aspecto importante. Nos lo cuenta el Señor en la parábola de hoy. En ella, hay dos hijos: uno dice a su padre que no irá a trabajar a la viña, pero luego sí que va; el otro le dice que sí, pero al final no va. En el segundo, el Mestro quiere representar a los que se consideraban buenos pero luego no creyeron a Juan el Bautisa: sumos sacerdotes y ancianos. En el primero, a los que se reconocían pecadores y, por su humildad, sí creyeron a Juan: publicanos y prostitutas. Ninguno de nosotros es ya suficientemente bueno, ninguno puede alcanzar la salvación por sí mismo. Necesitamos tanto de Dios, que precisamente por eso Él se encarnó. Pues, si somos todos pecadores y hemos experimentado el amor de Dios en nosotros, con más razón hemos de tratar a los demás de la misma manera: con amor. Es decir, no solo porque Cristo es nuestro modelo, sino porque en nosotros hemos recibido este mismo amor, y Él en nosotros quiere actuar.

Por eso, tenemos que preguntarnos hoy: ¿Para qué vivo yo? ¿Estoy pendiente solo de mis cosas, de mis intereses, aunque sean buenos? ¿O busco lo que Dios quiere para mí y hacer felices a los que me rodean? Esto supone, a veces, renuncia al propio interés; otras, obediencia; otras, humillación. ¡Pero bien merece la pena! Si, en una familia, todos buscan el interés de los demás, da gusto vivir. Si, en cambio, cada uno busca solo lo suyo, llega un momento es que es casi imposible la convivencia. Cuántas familias sufren o incluso se rompen por no vivir los unos para los otros…

María, Madre de misericordia, concédenos vivir amando Dios y a los demás, sobre todo a aquellos con quienes vivimos. María, alcánzanos tener los sentimientos propios de Cristo Jesús.