Homilía: 26º Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo C)

La parábola del Evangelio de hoy tiene algunos elementos muy importantes. Veámoslos:

La ceguera del rico: Ese rico, que banqueteaba y despilfarraba su dinero, no se daba cuenta de que todos los días tenía a su puerta a un hombre pobre y herido. Y es que el pecado nos vuelve ciegos y sordos, nos endurece el corazón. Este hombre rico había puesto su corazón total y exclusivamente en las riquezas, y ese era su pecado. No se trata de que quien tiene más de x dinero en el banco va a ir al infierno, o de que no se pueda organizar un banquete. No es eso. Lo que está mal es poner todo nuestro corazón en algo que no sea Dios. Y en vez de riquezas puede ser placer, soberbia, odio, cotilleos…

El seno de Abrahán y el infierno: el pobre de la parábola va al seno de Abraham, mientras que el rico va al infierno. Fíjate que dice “el seno de Abrahán” y no “el cielo”. ¿Por qué? Porque el cielo estaba cerrado desde el pecado original. Esto nos hace tomar conciencia de que el cielo no es algo automático. Es verdad que Dios nos ha creado para Él, para entrar en su vida, en su felicidad, en su familia. Pero nosotros perdimos todo esto con nuestro “no” al Plan de Dios… Es Cristo quien, con su muerte y resurrección, abre de nuevo las puertas del cielo. Y es solo conÉél cómo podemos entrar allí.

Por otro lado, el rico va al infierno –ese sí que estaba abierto…–, y allí sufre terriblemente. ¿Por qué? Porque el infierno es donde no está Dios. Y aquí entra ese gran misterio del mal y de la libertad. Dios es quien nos ha creado libres, y lo ha hecho precisamente para darnos la posibilidad de darle un sí libre y así entrar en el cielo. Pero, al crearnos libres, se arriesga a que utilicemos mal esa libertad y le digamos que no. Y si, al final de nuestra vida, nos empeñamos en ese “no” sin arrepentirnos, entonces se convierte en un “no” definitivo. Y Dios lo respeta… Por eso, aunque sea tremendo, tiene que crear un lugar donde vivamos sin Él para siempre, y esto es el infierno. ¿Y por qué es tan terrible? Porque es la ausencia absoluta de Dios. Y, como Dios es la luz, en el infierno hay oscuridad. Como Dios es amor, en el infierno, odio. Como Dios es el gozo, en el infierno, sufrimiento…

“Ni aunque resucite un muerto”: el rico pide a Abraham que deje a Lázaro avisar a sus hermanos para que no caigan tan bien en el infierno. La respuesta es fuerte: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”. ¿De quién está hablando Jesús aquí? De sí mismo. Él resucitó entre los muertos y sin embargo muchos no creyeron. A veces en nuestra vida estamos esperando una actuación milagrosa de Dios para dar el paso y creer en Él. En cambio, Dios nos habla todos los días de una manera sutil y amorosa. Muchas veces nos habla a través de las personas que nos rodean: pidiéndonos que ejerzamos la misericordia, aportándonos algo, corrigiéndonos… Estemos atentos para ver y escuchar esas maneras que Dios tiene de hablarnos.

Pidamos al Señor, por intercesión de María, que rompamos las cadenas que nos atan y nos hacen ciegos y sordos para poder escuchar al Señor y ejercer la misericordia con nuestros hermanos.