Homilía: 14º Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo C)

En el Evangelio de hoy, Jesús envía a 72 discípulos a los lugares adonde pensaba ir Él para prepararle el camino. En este pasaje, hay varias cosas importantes de las que tenemos que tomar nota:

Primero: Obviamente, no se trata solo de los 12 apóstoles, sino de un grupo grande de discípulos. Esto nos habla de que el Señor no envía en misión solo a los Obispos o a los sacerdotes o a los misioneros, sino a todos nosotros, por ser bautizados. De ahí surge la pregunta que tenemos que hacernos: ¿Tengo conciencia de haber sido enviados por Jesús?

Segundo: Si los discípulos fueron en misión es porque habían escuchado a Jesús que los enviaba. Si uno de ellos no hubiera estado presente en el envío, y hubiera llegado después y seguramente habría dicho: “¿Pero qué pasa aquí, dónde está todo el mundo?” Esto nos transmite que, para poder sentir ese impulso misionero, es necesario primero escuchar, recibir al Señor. Por eso, cuando no nos sintamos enviados en misión, tenemos que preguntarnos si estamos recibiendo y escuchando al Señor, porque Él nos habla hoy también a cada uno: Nos habla en su Palabra, nos habla desde la Eucaristía, nos habla desde nuestra alma si estamos en gracia, nos habla desde los acontecimientos que su providencia va guiando, nos habla desde los hermanos. Escuchemos con humildad. Hagamos silencio para poder escuchar.

Tercero: ese envío consiste en hacer presente el Reino de Dios. Y esta expresión tan bonita del Evangelio encierra muchos aspectos. De hecho, el Evangelio habla de llevar la paz, de curar enfermos, de expulsar a los demonios y de anunciar. Todos estos aspectos forman parte de la misión de la Iglesia como cuerpo. No todos tenemos que hacerlo todo, pero sí todos tenemos que valorarlo todo. Por ejemplo, no todos tienen que decir homilías o dar charlas, pero sí tenemos que considerarlo como un medio importante a través del cual nos habla el Señor. O no todo lo malo va a ser culpa de una acción extraordinaria del demonio, pero sí hay que contar con que él existe y actúa para nuestra perdición, y que la Iglesia tiene el poder de expulsar y someter a los espíritus inmundos, especialmente a través de los sacerdotes. O no solo vamos a acudir al poder de Dios para curar a los enfermos, pero sí saber que igual que Jesús curaba, ha dejado a su Iglesia el poder de confortar e incluso de curar enfermedades, si es su divina voluntad. Qué importante es que contemos con que todos estos aspectos son misión de la Iglesia, y que acudamos a ella cuando tengamos necesidad de alguno de ellos.

Que María, que se puso en camino para llevar la paz y la alegría a su prima Isabel y cumplió siempre la misión que Dios le encomendó, nos ayude a escuchar al Señor y a su Iglesia, y a sentirnos enviados en misión a nuestros hermanos.