Estos meses de pandemia han sido duros. En mayor o menor medida, todos hemos sentido sus efectos y, en muchos casos, hemos sentido el dolor de ver a algún ser querido contagiado e incluso su muerte. Pero esta situación nos ha hecho también ver la conexión fundamental que tenemos entre nosotros, los seres humanos, y Dios.
El cántico del amor del profeta Isaías en el que Dios habla al corazón de su pueblo y a cada uno de nosotros, es una muestra de lo que somos: «Te he creado a mi imagen y semejanza». Y añade: «Yo mismo soy el amor y tú eres mi imagen en la medida en que brilla en ti el esplendor del amor, en la medida en que me respondes con amor». Recordar esta realidad para reconstruirnos juntos es fundamental. No podemos descentrar al ser humano. En esta crisis sanitaria, que trae una crisis económica y que se hace crisis social, no se puede olvidar el lugar central de la persona. Para salir adelante, la humanidad ha de tomar conciencia de la importancia del hombre y de lo que es en verdad el hombre. No podemos permitirnos vivir en la mentira, somos imágenes de Dios y debe brillar y resplandecer el amor de Dios a través de nuestra vida. Un amor que supone vivir en la verdad.
¡Qué bien viene recordar la vocación al amor que tiene el ser humano! Hemos experimentado ese amor en los más cercanos. Es precisamente esta vocación la que nos hace ser y vivir como auténticas imágenes de Dios. Caigamos en la cuenta de que somos en la medida que amamos. Nos hacemos grandes y hacemos grandes a los demás en la medida en que acogemos en nuestra vida a Dios. ¡Qué visión tan diferente tengo del otro! Quizá hemos pasado tiempo creyendo que, siguiendo nuestras ideas, haciéndonos autónomos respecto de Dios, éramos libres. No. Cuando Dios desaparece de la vida del ser humano, este no es más grande ni más fuerte. Es más, la presencia de Dios en la existencia del hombre evita los riesgos de una ciencia y de una tecnología que quieren vivir por su cuenta, al margen de esas normas morales inscritas en la naturaleza humana. Como decía san Agustín: «Despiértate, hombre, porque por ti Dios se ha hecho hombre».
Para afrontar el presente y el futuro, os enumero unas bienaventuranzas que han resonado en mi oración estos días:
1. Bienaventurados si después de esta pandemia abrimos nuestra vida a la novedad que trae la época que estamos inaugurando, sabiéndonos hijos de Dios y hermanos de todos los hombres. Esto es lo que nos da la posibilidad de vivir el cambio sin dejar de ser nosotros mismos.
2. Bienaventurados cuando damos la mano a quien se hizo Niño en Belén, a Jesucristo Nuestro Señor. Él nos impulsa siempre a crear vínculos de confianza y de ayuda mutua, a ser los unos para los otros, a eliminar distancias, a crear puentes. Así percibimos el impulso a construir relaciones éticas y económicas justas.
3. Bienaventurados cuando comprendemos al ser humano, sabiendo que ni la carne ni el espíritu aman, sino que es la persona la que ama como criatura unitaria. Ella es cuerpo y alma unidos. Amamos, sentimos, padecemos, nos preguntamos.
4. Bienaventurados cuando somos capaces de hacer memoria de Dios como Padre de todos los hombres, pues esto ilumina nuestra identidad más honda, nos hace ver de dónde venimos, quiénes somos y la dignidad que tenemos.
5. Bienaventurados cuando descubrimos lo que nos da el Bautismo, haciendo nuestras esas palabras de san Pablo: «Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gal 2, 20). En y por el Bautismo cambia nuestra identidad esencial. Nuestro yo está presente de nuevo pero transformado, adquiere un nuevo espacio de existencia. Ese «Yo, pero ya no yo» es la fórmula de la existencia cristiana fundada en el Bautismo.
6. Bienaventurados cuando descubrimos al ser humano abierto a la trascendencia. Así lo vemos en todo lo que es, tanto en su interioridad como en su exterioridad, pues solamente en referencia a Dios puede responder a los interrogantes fundamentales que agitan siempre su corazón.
7. Bienaventurados si participamos en la construcción de la paz y de la justicia en este mundo, eliminando tensiones y dificultades, dejándonos guiar por una visión de la persona no viciada por prejuicios ideológicos y culturales, por intereses políticos y económicos que incitan al odio y la violencia. Hay que tener una visión antropológica que elimine el germen de la contraposición y de la violencia.
8. Bienaventurados cuando tenemos la valentía de recordar siempre lo que es el hombre y lo que es la humanidad, reconociendo al ser humano en todas las etapas de su existencia, desde el inicio de la vida hasta su término, viendo que solo el amor de Dios puede cambiar desde dentro su existencia y la de toda la sociedad.
Os invito a meditar estas bienaventuranzas e incorporarlas a vuestra existencia.
Con gran afecto os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro
Arzobispo de Madrid