Este miércoles 29 de junio, Francisco ha publicado Desiderio Desideravi, una carta apostólica dedicada a «la formación litúrgica del pueblo de Dios» en el que ofrece una serie de reflexiones sobre la Liturgia en continuidad con su Motu Proprio Traditionis Custodes. Este último, publicado hace poco menos de un año, derogaba el escrito por Benedicto XVI en 2007, quedando de este modo restringida la llamada «forma extraordinaria» del rito romano de la Santa Misa.
Puedes leer aquí las ideas principales de Traditionis Custodes.
Recogemos las 7 ideas fundamentales de la carta apostólica, que puedes leer en su integridad aquí:
1º La liturgia es un verdadero encuentro, no una representación
Desde los inicios, explica Francisco, «la Iglesia ha sido consciente de que [la liturgia] no se trataba de una representación«. Por el contrario, «aquello que era visible de Jesús, lo que se podía ver con los ojos y tocar con las manos, sus palabras y sus gestos, lo concreto del Verbo encarnado, ha pasado a la celebración de los sacramentos».
En este sentido, menciona que interpretar la Resurrección como «un concepto o una idea» y «si no se diera la posibilidad de un verdadero encuentro con Él», supondría «declarar concluida la novedad del Verbo hecho carne. La Encarnación, es el método que la Santísima Trinidad ha elegido para abrirnos el camino de la comunión. La fe cristiana, o es un encuentro vivo con Él, o no es«, subraya.
En este sentido, menciona que la Liturgia, con la Eucaristía y los Sacramentos, garantizan «la posibilidad de encontrarnos con el Señor y de ser alcanzados por el poder de Su Pascua. No nos sirve un vago recuerdo de la última Cena, necesitamos estar presentes, comer su Cuerpo y beber su Sangre: le necesitamos a Él», añade.
2º Antídoto contra peligrosas tentaciones
A lo largo del documento, Francisco expresa como la liturgia es un «antídoto» frente a la «mundanidad espiritual», que se plasma en la reducción «de la fe cristiana al subjetivismo» -una forma de gnosticismo- o bien en la anulación del valor de la gracia «para confiar solo en las propias fuerzas» -el «neopelagianismo»-.
Se trata, explica, de «dos formas distorsionadas del cristianismo» que pueden tener «consecuencias desastrosas para la vida de la Iglesia» y contra las que la liturgia funciona como «el antídoto más eficaz».
«Si el gnosticismo nos intoxica con el veneno del subjetivismo, la celebración litúrgica nos libera de la autorreferencialidad», pues «la acción celebrativa no pertenece al individuo sino a Cristo-Iglesia, a la totalidad de los fieles. Si el neopelagianismo nos intoxica con la presunción de una salvación ganada con nuestras fuerzas, la celebración litúrgica nos purifica proclamando la gratuidad del don de la salvación. Ciertamente no somos dignos de entrar en su casa, necesitamos una palabra suya para salvarnos«, explica.
3º Redescubrir la belleza litúrgica y asombrarse ante el misterio
Sin embargo, menciona que «para que el antídoto de la Liturgia sea eficaz», son necesarias dos condiciones.
Sobre la primera de ellas, «el redescubrimiento de la belleza de la Liturgia«, subraya que no debe equipararse a «la búsqueda de un esteticismo ritual, que se complace solo en el cuidado de la formalidad exterior de un rito o se satisface con una escrupulosa observancia de las rúbricas». Una afirmación que «no pretende avalar la actitud que confunde lo sencillo con una dejadez banal», pues «hay que cuidar todos los aspectos de la celebración y observar todas las rúbricas».
Sin embargo, «la calidad y la norma de la acción celebrativa» no es suficiente para una plena participación en la Liturgia: «No bastan los esfuerzos para una mejor calidad de la celebración, ni una llamada a la interioridad», sino que el «asombro ante el misterio pascual» es también una «parte esencial de la acción litúrgica».
En este sentido, se refirió a las «supuestas acusaciones contra la reforma litúrgica» como es la eliminación del sentido del misterio de la celebración. «Si la reforma hubiera eliminado ese “sentido del misterio”, más que una acusación sería un mérito. La belleza, como la verdad, siempre genera asombro y, cuando se refiere al misterio de Dios, conduce a la adoración», argumentó.
4º No se puede reconocer el Concilio sin aceptar la reforma litúrgica
En el momento de destacar «la necesidad de una seria y vital formación litúrgica», Francisco hizo referencia a como el hombre moderno «ha perdido la capacidad de confrontarse con la acción simbólica, característica esencial del acto litúrgico».
La posmodernidad, explica, es un momento en que «el hombre se siente aún más perdido, sin referencias de ningún tipo, desprovisto de valores, huérfano de todo en una fragmentación en la que parece imposible un horizonte de sentido». Por ello, «la Iglesia reunida en el Concilio [Vaticano II] ha querido confrontarse con la realidad de la Modernidad«.
En este sentido, destaca que «la cuestión litúrgica» es «lo que está en juego»: «Sería banal leer las tensiones, desgraciadamente presentes en torno a la celebración, como una simple divergencia entre diferentes sensibilidades sobre una forma ritual. La problemática es, ante todo, eclesiológica. No veo cómo se puede decir que se reconoce la validez del Concilio y no aceptar la reforma litúrgica«
Del mismo modo, el documento concluye afirmando que «no podemos volver a esa forma ritual que los Padres Conciliares sintieron la necesidad de reformar, aprobando los principios de los que nació la reforma. Por eso, escribí Traditionis custodes«.
5º Es necesario transmitir la formación litúrgica «a todo creyente»
El documento incide en la necesidad de «encontrar cauces para una formación como estudio de la liturgia», así como de «difundir este conocimiento fuera del ámbito académico, de forma accesible, para que todo creyente crezca en el conocimiento del sentido teológico de la liturgia«.
Refiriéndose al día a día de los cristianos durante la celebración de la Santa Misa, recuerda también que «para poder guiar» a los fieles, «los ministros que presiden la asamblea deben conocer el camino, tanto por haberlo estudiado en el mapa de la ciencia teológica, como por haberlo frecuentado en la práctica de una experiencia de fe viva, alimentada por la oración, no sólo como un compromiso que cumplir».
En Desiderio Desideravi, Francisco alienta a los sacerdotes en su formación litúrgica, tanto intelectual como de su propia vida y experiencia de fe y oración.
Para ello, recomendó que en los seminarios cada disciplina de la teología muestre, desde su propia perspectiva, «su íntima conexión con la Liturgia, en virtud de la cual se revela y realiza la unidad de la formación del sacerdote».
«La comprensión teológica de la Liturgia no permite entender estas palabras como si todo se redujera al aspecto cultual. Una celebración que no evangeliza, no es auténtica, como no lo es un anuncio que no lleva al encuentro con el Resucitado en la celebración», añade.
Asimismo, se dirigió a los seminarios para que ofrezcan «la oportunidad de experimentar una celebración no solo ejemplar desde el punto de vista ritual, sino auténtica, vital, que permita vivir esa verdadera comunión con Dios. Esta experiencia es fundamental para que, una vez sean ministros ordenados, puedan acompañar a las comunidades en el mismo camino de conocimiento del misterio de Dios, que es misterio de amor».
6º «El arte de celebrar no se puede improvisar»
En Desiderio Desideravi, Francisco incide en que «el arte de celebrar no se puede improvisar» y que, «como cualquier arte, requiere una aplicación asidua».
«Uno no aprende el arte de celebrar porque asista a un curso de oratoria o de técnicas de comunicación persuasiva. Toda herramienta puede ser útil, pero siempre debe estar sujeta a la naturaleza de la Liturgia y a la acción del Espíritu. Es necesaria una dedicación diligente a la celebración, dejando que la propia celebración nos transmita su arte«, expresa.
Una dedicación diligente que no corresponde solo a los ministros: «Realizar todos juntos el mismo gesto, hablar todos a la vez, transmite a los individuos la fuerza de toda la asamblea, siendo conscientes de ser un solo cuerpo. No se trata de tener que seguir un protocolo litúrgico: se trata más bien de una `disciplina´ que, si se observa con autenticidad, nos forma: No son el enunciado de un ideal en el que inspirarnos, sino una acción que implica al cuerpo en su totalidad, es decir, ser unidad de alma y cuerpo».
7º El silencio, «de absoluta importancia» en la liturgia
Entre los «gestos» que puede realizar cada uno de los fieles, Francisco se refiere especialmente al silencio como uno «de absoluta importancia», pues «toda la celebración eucarística está inmersa en el silencio que precede a su inicio y marca cada momento de su desarrollo ritual», como es «el acto penitencial; después de la invitación a la oración; en la Liturgia de la Palabra, la plegaria eucarística o después de la comunión».
Este silencio, explica, «es el símbolo de la presencia y la acción del Espíritu Santo que anima toda la acción celebrativa»
Entre sus notas, destaca que «mueve al arrepentimiento y al deseo de conversión; suscita la escucha de la Palabra y la oración; dispone a la adoración del Cuerpo y la Sangre de Cristo; y sugiere a cada uno lo que el Espíritu quiere obrar en nuestra vida para conformarnos con el Pan partido».
Por eso, llama a practicarlo «con extremo cuidado«, pues «en él nos da forma el Espíritu».
Menciona que otros gestos como arrodillarse, también deben hacerse «con arte, con plena conciencia de su significado simbólico y de la necesidad que tenemos de expresar, mediante este gesto, nuestro modo de estar en presencia del Señor. Merece el máximo cuidado, no formal, exterior, sino vital, interior, porque cada gesto y cada palabra de la celebración expresada con `arte´ forma la personalidad cristiana del individuo y de la comunidad», concluye.