Hace pocos días leía un artículo en el que el autor se planteaba: «¿Qué es la realidad?». Es una cuestión que me animó a hacer la reflexión que ahora comparto con vosotros, tanto con los que creéis como con quienes estáis lejos o con dudas sobre Dios. ¿Os habéis dado cuenta de cómo pensamos la realidad, la nuestra personal y la de todo lo que existe? Muy a menudo, cuando pensamos en ella, la definimos por bienes materiales o por problemas que nos acucian en la vida de todos nosotros, ya sean de índole social, económica, política o de cualquier otro tipo, pero no pensamos en Dios…
Pensar así es una traición que nos hacemos a nosotros mismos. Traición que ha sido dominante en las sociedades construidas en este último siglo, como nos demuestran desde las sociedades sostenidas por sistemas marxistas hasta las que apuestan por sistemas capitalistas exacerbados. De modos distintos, se ha traicionado y falsificado el concepto de realidad. ¿Dónde está y de dónde viene esta falsificación? De la amputación de la realidad que fundamenta todo y que es decisiva: se elimina a Dios, se excluye a Dios; todo se piensa, determina y plantea como si Dios no existiera. Con esta treta, al excluir a Dios del horizonte, de la vida, de la historia, solo podemos recorrer caminos equivocados, que dificultan la construcción de la vida de los hombres.
Pensemos por unos momentos en Jesucristo, un Dios de rostro humano, que se acerca a nosotros; es ese Dios-con-nosotros, el Dios que nos manifiesta su inmenso amor desde la cruz. ¿Has pensado alguna vez lo que supone para ti contemplar, llegar a comprender y vivir este amor hasta el extremo? ¿Has experimentado lo que da a la vida humana acoger ese amor como hicieron los primeros discípulos cuando dijeron: «Te seguiré adondequiera que vayas» (Lc 9, 57)? ¿Qué supuso en sus vidas y en el mundo en el que anunciaban esta Buena Noticia?
Todos los hombres estamos necesitados de amor, especialmente cuando emergen tantos problemas y desajustes en el mundo y cuando, como recordaba la constitución Gaudium et spes, «agitados entre la esperanza y la angustia, nos atormenta la inquietud» (GS 4). En esta situación existencial surgen muchas preguntas que alcanzan la vida entera del hombre: ¿qué será de la humanidad?, ¿qué será de la creación?, ¿hay esperanza?, ¿hay futuro para la humanidad?, ¿podemos dar futuro solo desde nosotros mismos? Para dar respuestas recurramos al Evangelio porque, como planteaba Benedicto XVI en la encíclica Spe salvi, es «una comunicación que comporta hechos y cambia la vida». El Evangelio ilumina la vida y ofrece futuro a la humanidad.
En este sentido, en la encíclica Fratelli tutti, el Papa Francisco incide en que la fraternidad que deseamos entre los hombres precisa de Dios. Seamos conscientes hoy de que Jesucristo cura a la humanidad: viene del Padre y llega a esta casa nuestra que es la humanidad entera y nos da su mano, nos levanta y nos cura. Como en otros momentos de la historia, disipa esas tinieblas que crean las ideologías que nos separan y dividen, que nos hacen vivir imponiendo a los demás; rompe las idolatrías y nos pone ante un Dios que necesitamos, pues nos da la capacidad de levantarnos, nos abre a los demás, a todos sin excepción; nos capacita para estar en pie ante todos los hombres porque nos pone en pie ante Dios.
Vuelvo así a la pregunta de qué es la realidad. Es nuestro mundo, es todo lo que existe, es Dios que da fundamento a todo y a ti mismo que lees mis palabras. Realidad es nuestro mundo, ya que, a pesar de sus contradicciones, angustias y dramas, la humanidad busca un camino de renovación e incluso de salvación; busca a un Salvador, busca a Dios. Quien da fundamento y salidas es Dios, ¡cuánto necesitamos a Dios! Cuando cada día leo los periódicos, oigo o veo los noticiarios que nos cuentan la realidad, pero entre otras cosas también los males y los amplifican, siento la necesidad de Dios para el hombre y para esta humanidad. Quizá nos acostumbran a leer, oír o ver cosas horribles que nos hacen insensibles, que nos intoxican, que nos endurecen, pero siento y veo la necesidad de cambiar esa realidad y darle su contenido verdadero. Necesitamos a Dios.
La realidad que nos regaló Dios, de la que también formamos parte nosotros, solamente se cambia con Dios, volviendo a poner en el centro a Dios. ¡Qué fuerza tiene contemplar al hombre creado a su imagen y semejanza! Somos todos nosotros un misterio de libertad y de amor que tiene su realización en la comunión con Él, en la manera de ser de Dios que se nos ha manifestado en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, en quien entendemos que «Deus caritas est». Y si Dios es amor y el hombre es su imagen, la identidad profunda de la persona es su vocación al amor como señalaba santa Teresa del Niño Jesús.
Atrévete a experimentar y a entregar a quienes tienes a tu lado la verdad de tu vida y de todo lo que existe. Teniendo como fundamento a Dios, presenta el humanismo verdadero, ese que se abre a Dios y reconoce la verdad del hombre y de todo lo que existe. No queramos construir un mundo separado de quien le da fundamento; respeta el deseo innato que tiene el ser humano de verdad sobre él y sobre todo lo que existe. Jesús nos dijo con claridad: «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15, 5).
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid