Muy a menudo pienso en la insistencia de Jesús en que oremos, avalada por su vida y sus palabras. Todo nos provoca a la oración: Él nos invita a orar, Él hace oración permanentemente. Basta recordar sus palabras: «Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis y se realizará» (Jn 15, 7). Pero nos cuesta creer en ellas, entre otras cosas porque nos falta fe, necesitamos más fe. Jesús mismo nos lo dice: «Si tuvierais una fe como un grano de mostaza». Todo lo conseguiremos si tenemos fe. ¿No recordáis a aquel buen hombre que se acerca a Jesús, le escucha que «todo es posible para quien cree» y le responde: «Creo, Señor, pero aumenta mi fe»? Tengamos la mirada siempre puesta en quien todo lo puede y tengamos valentía. Valentía para pedir no solamente para que nos dé algo de lo que necesitamos, sino sobre todo para conocer más y más a Jesús. Se trata de hacer una oración de confianza absoluta en el Señor sabiendo que nos escucha. Hay que tener valor para llamar a su puerta, conscientes de que siempre nos la abre. Recordemos: «Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis y se realizará» (Jn 15, 7).
Para orar con esa confianza total y absoluta que nos pide el Señor, hemos de descubrir con asombro algo esencial: que Dios solo sabe de amor. Él no conoce el odio. Qué bien nos lo muestra Jesús en la cruz: «Perdónalos porque no saben lo que hacen». Debemos conocer el amor de Dios hacia nosotros, descubrir que estamos envueltos en este amor: «Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor» (Jn 15, 10). ¡Cuántas veces hemos recurrido a verificar la belleza de la creación, la de quien hace la misma y la de a quien se la manda cuidar! El salmo 8 nos manifiesta con claridad lo que nos quiere Dios a los hombres y la atención con la que nos trata. Creados por amor, estamos destinados a amar: «Al ver el cielo obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el hijo de Adán, para que de él te cuides?» (Sal 8, 4-5).
Ante todo lo que Dios hizo para nosotros, contemplemos el misterio de nuestra existencia y necesariamente nos preguntaremos ¿por qué tanto amor hacia nosotros? Solo el ser humano es consciente de esta belleza; somos muy poco y pequeños, pero Dios nos pone al cuidado de todo lo que creó. El ser humano ha pasado por etapas de la historia muy diversas. En algunas de ellas hubo tristezas tremendas, oscuridades, nieblas… Dios parecía que estaba ausente y también los hombres lo abandonamos, pero Él estaba y está ahí, muy cerca de nosotros. Uno descubre por la historia de la humanidad que el ser humano puesto en relación con Dios jamás sintió el vacío y la intemperie. Siempre quedó alguien que habló a Dios de sus necesidades y Él supo dar una respuesta que restauró la esperanza e hizo brillar la luz. Él cumple su palabra: «No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros» (Jn 15, 16-17).
La vida de quien hace oración, de quien mantiene un diálogo abierto con Dios, con independencia de las circunstancias concretas, está iluminada y equilibrada. La oración da alegría, da luz y alegra el corazón al hacernos conscientes de que Dios nos ama, nos sostiene, nos alienta, nos lanza siempre a los demás, que son nuestros hermanos. No todos los hombres se atreven a hacer oración, pero te invito a probar. Entra dentro de ti mismo y verás que en tu vida no existe un monólogo, hay alguien del que tienes necesidad que te responde y te acompaña. Esta vida es un regalo de Dios y hay que vivirla en la alegría de un amor que envuelve. La manifestación más plena de ese amor nos la ha dado Jesucristo, que nos dijo cuando murió Lázaro: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?». Hasta en los momentos más duros de la existencia humana, Dios quiere mantener un diálogo abierto con nosotros y darnos su luz y su amor. En el encuentro con Marta, en las palabras que dijo, nos manifiesta hasta dónde llega el amor de Dios por nosotros. Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo» (cfr. Jn 11, 25-27).
Ese diálogo que tuvo Marta con Jesús lo podemos mantener nosotros en todos los momentos de nuestra vida. Descubramos que Dios nos hizo para Él, que nos guarda en su amor. Al ser conscientes de ello, surgirá la necesidad de darle gracias y alabarlo. Mira en el fondo de tu corazón, pues hay una inquietud de un Tú que es Dios mismo, que nos hable y a quien podamos hablar. Hoy con más intensidad se da esa inquietud, quizá sin saber de dónde procede, pero existe, entre otras cosas, porque estamos diseñados por Dios, creados por Él para vivir según Él y en diálogo permanente con Él. En este sentido, quiero recordaros que:
1. La oración cristiana no es sometimiento ni esclavitud, es amistad, promesa, es comunión, es cercanía. Déjate amar por quien tiene una predilección única por ti.
2. La oración cristiana nos habla de un Dios que no ha permanecido en el silencio o la oscuridad, sino que ha entrado en relación con nosotros.
3. La oración cristiana es tu voz que se lanza a hablar y al encuentro de un Dios que hizo todo lo que existe, que te habla, te busca y te ama.
4. La oración cristiana te da el atrevimiento de decir a Dios: «Padre», de llorar ante Él y de pedirle lo imposible sabiendo que da respuestas.
5. La oración cristiana tiene un momento como el de los Reyes Magos: pones a los pies del Señor lo que eres y tienes, mostrando que crees que Él lo puede todo.
6. La oración cristiana te dispone a vivir en una relación de confianza; puedes pedirle todo, explicarle todo, contarle todo.
7. La oración cristiana te hace entrar en tal comunión con Dios que eres capaz de decirle: «Siempre como Tú, siempre como dices y actúas».
8. La oración cristiana te abre a la bondad y a la belleza de todo lo que existe, te abre a la luz, te saca del caos de tus cavilaciones, te torna a la verdad y a situarte en manos de Dios.
Con gran afecto os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid