Hay unas palabras del profeta Ezequiel a las que siempre di vueltas y que me llevaron a entrar en mí mismo: «Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar; y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos» (Ez 36, 25-27). ¡Qué maravillas puede hacer el Señor cuando nos abrimos a su acción! Uno se hace consciente, cada vez que medita este pasaje, de que es de nuestro interior de donde nacen nuestras acciones. De ahí la importancia que tiene tener sano el corazón, es decir, sanar lo más hondo de nuestra existencia, que en la Biblia es el corazón. Por eso es tan insistente la llamada a cambiar el corazón o, mejor, a dejar que Dios nos cambie el corazón.
En este momento de la historia de la humanidad, cuando se producen tantos conflictos y tanta gente sufre, urgen los hombres y mujeres que dejen diseñar sus vidas por Dios. Es de gran importancia que las personas dejemos que sea Dios quien cambie nuestro corazón, conscientes de que en este nacen las acciones, y nos abramos a Él. ¡Qué bueno es recordar aquellas palabras del apóstol san Pablo cuando con firmeza nos dice: «Con el corazón se cree» (cfr. Rm 10, 10)! En la Biblia aparece el corazón como el centro del hombre y es bueno tenerlo en cuenta para entendernos a nosotros mismos. Dejar que Dios toque el corazón tiene una trascendencia especial y singulariza a la persona humana.
Desde ese centro que es el corazón se realizan todas las operaciones y se mantienen unidas todas las dimensiones de la persona humana: cuerpo, espíritu, interioridad, apertura al mundo y a los otros, entendimiento, voluntad, afectividad… Solo así comprenderemos esas palabras que en múltiples ocasiones se nos dicen en la Biblia de maneras muy diferentes: «Os daré un corazón nuevo». Es fundamental dejar que Dios toque y cambie nuestro corazón. La fe, la adhesión a Dios, transforma a la persona, entre otras cosas, porque la fe nos abre al amor y nos transforma. Y todas estas dimensiones del ser humano se mantienen unidas gracias al corazón. ¡Qué hondura alcanza el corazón así entendido! Por él nos abrimos a la verdad y al amor, cambia nuestra existencia.
Seguro que en muchas ocasiones habéis escuchado estas palabras de Jesús: «Donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (Lc 12, 34). Más que nunca, en esta situación histórica que estamos viviendo, el horizonte es encontrarnos con todas las consecuencias con Jesús, que es nuestra vida, nuestra alegría. Urge anunciar el Evangelio porque quien cambia el corazón de los hombres es Dios mismo. Para cambiar este mundo son necesarios hombres y mujeres con un corazón nuevo. Me atrevo a hacerte esta pregunta: ¿tienes un corazón con deseos?, ¿o está cerrado y adormecido por tantas situaciones que te atosigan? No dejes que te anestesien el corazón. Permite a Jesús hacerte esta pregunta: ¿dónde está tu corazón?, ¿dónde está tu tesoro?, ¿qué es lo más importante en tu vida? Abramos el corazón al Señor; Él tiene una medicina para sanarlo cuando está enfermo… ¿Sabes cuál es? Su misericordia. Acude a Él.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid