Con todo lo que estamos viviendo por la pandemia, con enfermedad, sufrimiento, muertes, pérdidas de trabajo, hambre o soledad, me parece oportuno recordar el Evangelio del pasado domingo y subrayar su actualidad. La página que nos regala la Iglesia habla de la liberación que da Jesús a un hombre atado y esclavizado por un espíritu inmundo. Aquel hombre estaba enganchado a todo lo que tiraniza al ser humano, a todo aquello que nos impide ser nosotros mismos. No oía la voz de Jesús que formula la vida con una belleza fuera de costumbre. Jesús le devuelve la libertad, le entrega su amor, su vida, elimina su esclavitud.
Este pasaje es una invitación a plantearse qué gritos escuchamos en estos momentos. Frente al ruido y las presiones, Jesús nos habla claramente de lo que tiene que ser concreto de nuestra fe. Nos lo dice cuando nos habla de la obras de misericordia. Dejémonos de teorizar. Nuestra verdadera libertad pasa por dar de comer a quien tiene hambre, visitar a los enfermos y a los que están encarcelados, vestir al desnudo… En ellos, en cada hermano que nos encontramos en el camino de nuestra vida, encontramos la carne de Cristo.
Recordar que Dios se hizo carne para identificarse con nosotros es una gracia inmensa para nuestra vida, pues nos hace ver en concreto que acercarnos a todos los hombres, y de una manera especial al que sufre, es en verdad acercarnos a Cristo que está sufriendo en él. De ahí que vivir en concreto nuestra fe es asumir con todas las consecuencias que el Señor nos hace capaces de misericordia. Nos ha dado su vida para que su misericordia transforme nuestro corazón, haciéndonos experimentar un amor fiel. Un amor que, cuando lo acogemos, nos hace a su vez capaces de misericordia. Que el amor misericordioso de Dios se haga vida en cada uno de los discípulos del Señor y nos impulse a amar al prójimo con esas obras de misericordia que la Iglesia nos ha enseñado, tanto las corporales como las espirituales, es un auténtico milagro.
¿Dónde y cómo hacer ese milagro que quiere propiciar el Señor a través de nosotros en estos momentos que vivimos de la pandemia de la COVID-19? El Señor quiere que lo hagamos a través de gestos cotidianos, de gestos muy concretos que ayuden al prójimo. Como hacen muchos en comedores, hospitales, parroquias y calles, en tantos y tantos proyectos en favor de los últimos, debemos entrar en el corazón del Evangelio y cuidar, cuidar los rostros de Cristo en concreto.
¡Qué maravilla cuando un ser humano descubre que no puede ser esclavo de todo lo que le empuja a utilizar lo que es y lo que tiene para servirse a sí mismo! ¡Qué altura alcanza cuando descubre que él no es más que los que encuentra tirados y lacerados por el camino de la vida! Qué hondura alcanza la vida humana cuando descubre que Cristo es quien se pone a nuestro lado y mendiga nuestra conversión: quiere eliminar todo ofuscamiento que nos limita y no nos dispone a poner lo que somos y tenemos al servicio de los demás. No se trata de ponerlo al servicio de quien tiene mis ideas o mis proyectos, sino de vaciarse de uno mismo y llenarse de la misericordia de Dios y poner todo a disposición de quien encontremos con necesidad.
Recemos el magníficat y comprenderemos que solo el amor de Dios tiene la respuesta a esa sed que tiene todo ser humano: sed de amor. No nos engañemos ni engañemos; el ser humano tiene necesidades que no va a colmar con ídolos del saber, del poder o del poseer. Como María, que abrió su vida para acoger a Dios mismo que deseaba mostrar cómo ama a los hombres, así también nosotros nos abrimos al amor de Dios para construir ya en este mundo un santuario que levante la vida de todos los hombres que están sin la experiencia de su amor.
Consciente de que el Señor cuenta con nosotros, me atrevo a hacerme y a haceros estas preguntas para ver cómo está el nivel de nuestro amor misericordioso. No te asustes; cuentas con Dios, con su gracia y con su amor para elevarlo:
1. Como a Adán hoy el Señor nos pregunta: ¿dónde estás?, ¿qué hay en tu corazón?, ¿quiénes están en él?
2. Como a Caín hoy el Señor nos cuestiona: ¿dónde está tu hermano?, ¿tienes el sueño de ser muy grande, de tener mucho poder, de ser un dios?, ¿derramas sangre por tu hermano o haces sangre con tu hermano olvidándote de él?
3. El Señor nos ha enseñado a no vivir para nosotros mismos: «Ama a tu prójimo como a ti mismo». Y nos plantea: ¿lloras la muerte de tus hermanos?, ¿te has olvidado de llorar por los demás?, ¿has globalizado la indiferencia?
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid