Estamos viviendo tiempos en los que es fácil experimentar el desaliento o caer en la tristeza, que normalmente engendra la desesperanza. Son momentos recios y duros para muchos hombres y mujeres. Y hay, precisamente ahora, unas palabras del profeta Isaías que adquieren gran vigencia y pueden dar claridad a nuestra vida: «Se cansan los muchachos, se fatigan, los jóvenes tropiezan y vacilan; pero los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren y no se fatigan, caminan y no se cansan» (Is 40, 30-31). O estas otras que las complementan: «[…] alegría sin límite en sus rostros. Los dominan el gozo y la alegría. Quedan atrás la pena y la aflicción» (Is 35, 10). Son palabras de esperanza, de triunfo, de renovación de la existencia; nos alientan a despertar del sueño y a dejar de vivir de rutinas, a eliminar de nuestra vida la mediocridad en la que a veces estamos metidos. En ese Adviento se nos llama a permanecer alerta y a no consentir que nos venzan el desaliento o a la tristeza.
En este tiempo de Adviento han de resonarnos ideas como presencia, llegada, venida… ¡Qué fuerza tiene la propia palabra Adviento, adoptada por los cristianos para expresar su relación con Jesucristo! Jesús es el Rey. Sí, es quien entró en esta tierra para visitar a todos los hombres. Dios está aquí y viene a visitarnos, quiere entrar en nuestras vidas, se dirige a cada uno de nosotros. Me atrevo a hacerte esta pregunta: ¿dejarás que Dios entre en tu vida? Urge que dejemos entrar al Señor en nuestra historia. Y cuenta contigo para hacerlo. Ya vemos las consecuencias que tiene no dejarle espacio.
Siempre, y ahora especialmente, la humanidad tiene necesidad de luz, de amor, de entrega, de servicio, de paz, de fraternidad, de una vida en la que sabemos que el otro es mi hermano… Y esto no se logra por muchos decretos que se den, sino que se vive cuando se sabe quién nos llamó a la existencia y para qué lo hizo. El Señor quiere y desea entrar en tu vida; desea ser instrumento de unidad, de paz y de reconciliación, pues quiere que todos los hombres vivamos en justicia, en solidaridad, en la paz. Pueden llegar otros señores, pero ninguno nos da las medidas verdaderas que tiene que alcanzar el ser humano; solamente el Señor.
Hay que saber distinguir entre optimismo y esperanza. Cuando vivimos de optimismos fácilmente podemos quedar defraudados; sin embargo, cuando vivimos de la esperanza que es de Dios, nunca quedamos defraudados. Necesitamos la esperanza, no podemos vivir sin ella. Y nosotros tenemos esperanza, entre otras cosas, porque Dios no nos deja nunca solos; vence el mal y nos abre caminos de vida siempre. La alegría invade la historia de los hombres por el hecho de que Dios se ha hecho Niño. Y así nos marca un camino a todos y, a los discípulos, nos dice que nuestra vida está alimentada por una certeza: el Señor nos acompaña a lo largo de nuestra existencia. Celebra esta compañía y, con ella, construye la historia personal y colectiva.
Con gran afecto, te bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid