En estos meses de verano la vida de todos cambia. Los que tenéis trabajo normalmente tendréis un tiempo de vacaciones. Los niños y los jóvenes estudiantes también tienen vacaciones. Algunos saldréis a otros lugares de España, pero también otros muchos os quedaréis en el lugar donde vivís; todos haciendo una vida con más descanso, más relajada y con más tiempo para estar juntos en familia. Con la prudencia que exige todavía la COVID-19, aprovechad estos días. Es muy importante ver con serenidad a qué dedicamos nuestras vacaciones.
La pandemia nos ha enseñado algo fundamental: juntos tenemos que construir la cultura del cuidado, cuidarnos unos a otros. Los cristianos tenemos la tarea y el compromiso de hacer ver que el Maestro por excelencia de la cultura del cuidado es Jesucristo. Tener tiempo para estar más cerca de Él o para recuperar su amistad es importante. No se trata de hacer cosas grandes; se trata de ponernos bajo su mirada. ¡Qué importante es saber mirar con la mirada de Jesús! Todo cambia en nuestra vida. Una de las urgencias más grandes que tiene nuestra humanidad es saber mirar: nada de miradas egoístas, narcisistas, envidiosas, con nuestras medidas… Nuestra mirada ha de ser la que Jesús nos regala.
¿Cómo cuidarnos unos a otros? ¿Cómo establecer medios para ir construyendo esta cultura del cuidado? Nuestra tierra está llena de encantos, unos naturales y otros construidos por los hombres, y hemos de ser capaces de descubrirlos. Las vacaciones son un tiempo especial para poder hacerlo. Os invito a la contemplación, al encuentro, a detenernos ante lo que vivimos cotidianamente, pero no le damos el valor que tiene o no descubrimos su encanto. Pasemos unos días entendiendo lo que nos hace felices, valoremos lo que hemos construido con nuestro sacrificio y entrega, miremos todo y mirémonos con amor.
En primer lugar, son días para redescubrir el valor del encuentro. Los matrimonios pueden contemplar cómo han unido sus vidas y han engendrado vida; pueden admirar la entrega mutua, mantener conversaciones serenas en familia, pasear juntos, encontrase con amigos… Y todos podemos volver al encuentro con Dios. Dediquemos tiempo a quien nos ama de verdad. Visitemos nuestra parroquia, un santuario dedicado a Jesucristo o a la Virgen María, o una iglesia en la que la devoción a un santo nos ayuda, y pongámonos bajo su protección.
En segundo lugar, son días para ver la obra de Dios en todo lo que nos rodea. ¡Cuántos encantos tienen los lugares donde estamos! En Madrid, como en muchísimos lugares de España, la Santísima Virgen María tiene una presencia singular. Fue Ella la que, como ningún ser humano y de forma insuperable, creyó y experimentó que Jesucristo, Verbo Encarnado, es la cumbre y la cima de la felicidad y de la dicha. Siempre me ha tocado el corazón de una forma especial ver cómo María hizo experimentar a otros el gozo y la felicidad que dan la presencia y la cercanía de Dios. Esta experiencia la tuvieron desde un niño aún no nacido y que estaba en el vientre de su madre, Juan Bautista, hasta aquella anciana mujer, Isabel, que pudo decir de María «dichosa Tú que has creído». Visitemos algún santuario, ermita o catedral donde se venere de una forma especial a la Virgen María, pongámonos junto a Ella, dejemos que nos mire y pidamos lo que necesitamos; una Madre no niega nada a sus hijos.
En tercer lugar, son días para alimentar la esperanza y dársela a otros. Os invito de nuevo a fijar la mirada en María: contemplemos el momento de su sí en la anunciación; se confió al misterio con fe y esperanza. Veámosla en Belén: Jesús, el que había sido anunciado como Salvador y Mesías, nace en la pobreza más grande y Ella mantiene la esperanza. Veamos a María en las bodas de Caná, siempre atenta y solícita a las necesidades humanas…
La esperanza que necesitamos todos en este tiempo difícil os aseguro que no nos la da solamente un proyecto humano, por muy bueno que sea. Acerquémonos a Jesucristo a través de María. Con su ayuda creceremos en ternura entre unos y otros, en caridad respetuosa y delicada. Os invito a que, con la ayuda de Santa María, verifiquemos la fe en la vida de cada día. Hombres y mujeres como nosotros fueron san Maximiliano Kolbe o santa Teresa de Calcuta, por poner dos ejemplos no muy lejanos. Tengamos la osadía de prestar la vida para mostrar el rostro de Dios, como hizo el padre Kolbe cuando seguía cantando en el búnker aun muerto de hambre. Tengamos el coraje de la madre Teresa, que recogía a los hambrientos y moribundos por las calles de Calcuta envuelta en amor, como ahora hacen sus hermanas.
Cada ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios y hemos de cuidar su dignidad. Para detenerse este verano y aprender a ser constructores de esta cultura de cuidado me atrevo a enumerar una serie de consejos:
1. Aprendamos a ser cristianos valientes. No tengamos miedo de decir que Dios quiere a los hombres y que Jesucristo es el único Salvador.
2. Aprendamos a ser cristianos profundos. Consolidemos nuestras convicciones. Vivamos teniendo la seguridad de que Jesús es verdad y es la Verdad, es camino y es el Camino, es vida y es la Vida.
3. Aprendamos a ser cristianos agradecidos y a vivir con coraje. Hemos recibido mucho. En la Iglesia, de la que somos miembros, hay pecadores, claro, pero también muchos santos, ¿quién da más?
4. Aprendamos a ser cristianos íntegros. No vivamos cobardemente la fe, hemos de dar razones de la misma, con la seguridad de que nadie puede presentar otra cosa mejor.
5. Aprendamos a ser cristianos orantes. Recemos mucho más cada día, a solas, en casa, en el templo, asegurando la Misa los domingos.
6. Aprendamos a ser cristianos testigos. Que nuestras palabras estén avaladas por la vida; hagamos todo el bien que podamos.
7. Aprendamos a ser cristianos verdad. Para ello hay que tener cada día más vivas las medidas de Cristo en cada uno de nosotros.
8. Aprendamos a ser cristianos fundados en el amor y en la bondad de Dios. Entreguemos la vida desde este fundamento.
9. Aprendamos a ser cristianos miembros vivos de la Iglesia. Amemos a la Iglesia que nos entregó lo mejor de nuestra vida, la vida de Dios, y que es nuestra familia.
10. Aprendamos a ser cristianos con esperanza y llenos de alegría. Para ello, nos dejamos orientar por la Palabra de Dios, nos dejamos envolver por el misterio de la Eucaristía, gozamos con el perdón del Señor y sentimos la fuerza y la belleza de vivir junto a otros como nosotros.
¡Feliz verano a todos! Permitidme acompañaros a todos en la vida, desde la oración y desde la ofrenda de mi vida por vosotros en Cristo, por Él y en Él.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid