Las situaciones que está viviendo nuestro mundo y las que generamos y vivimos nosotros también, nos están reclamado una conversión a la fraternidad. Atrevámonos a hacer esta conversión: cada uno de nosotros, en las familias, en el pueblo, en las instituciones, etc. Las personas de todos los continentes nos están reclamando una conversión del corazón a la fraternidad. Cualquier página del Evangelio que elijamos, nos remite al mandamiento nuevo que con tanta fuerza proclamó Jesús: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros» (Jn 13, 34).
¿Dónde está la novedad de este mandamiento? ¿Por qué es nuevo? Al final del mandato aparecer el «como yo os he amado». En ese «como yo» está la gran novedad y la raíz para construir la fraternidad. La novedad está en el amor de Jesucristo, que es el amor de Dios, un amor que es universal, que lo es sin condiciones y sin límites; es un amor universal para todos los hombres. Regalándonos su mandamiento nos pide que nos amemos entre nosotros no solamente con nuestro amor, sino con el suyo. Ese amor que el Espíritu Santo infunde en nuestros corazones.
Este amor del Señor nos abre a unos horizontes de esperanza inigualables, ¿sabéis hasta dónde nos lleva? Nos convierte en hombres y mujeres nuevos, nos convierte en hermanos los unos de los otros. Los hombres y mujeres de nuestro tiempo estamos necesitados de conocer este amor, de vivirlo, de saber comunicarlo, de acogerlo para construir la fraternidad. Ante tantas situaciones en las que vemos cómo se rompe la fraternidad, digamos a los hombres que tenemos un tesoro para reconstruir esas rupturas: volver al amor de Jesucristo. Ese amor nos lleva a pensar siempre con esquemas de paz y de perdón, a construir proyectos de vida y de amor para los demás.
El amor del Señor es la única fuerza que transforma el corazón del ser humano; si amamos con su amor construiremos fraternidad. Su amor nos hace capaces de amar a los que vemos como enemigos, de perdonar a todos. Hay gente que no está de acuerdo con nosotros o con la que no estamos de acuerdo, ¿soy capaz de amarla?, ¿soy capaz de perdonarla? Cuando se acoge con todas las consecuencias, el amor del Señor nos abre al otro y se convierte en la base fundamental de las relaciones humanas.
En muchos lugares de la tierra vemos pueblos machacados por las rupturas y enfrentamientos, a personas que tienen que huir de sus hogares por las divisiones y el olvido de construir la fraternidad, que es la gran aspiración que está en el corazón del ser humano… No podemos olvidar que, en el pasado, los enfrentamientos ya nos destruyeron, envenenaron nuestras relaciones, porque, quienes lo hacen, no son buenos artesanos de la paz y, por supuesto, no son buenos consejeros para construir la fraternidad. Toda ruptura de la fraternidad deja el mundo peor. Si no trabajamos por la fraternidad, nos unimos al gran fracaso de los hombres. Frente a las actitudes duras, a las mentalidades que utilizan a los demás según sus gustos e intereses, como instrumentos para usar y tirar, nosotros deseamos vivir diciendo: «Es mi hermano y lo respeto. Lo ayudo en el camino de la libertad, de la vida, de la esperanza».
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro
Arzobispo de Madrid