Hace unos días, en la vigilia de oración que cada primer viernes de mes comparto con jóvenes, acogimos la cruz de la JMJ con la vista puesta ya en Lisboa y dimos el pistoletazo de salida a la peregrinación de una réplica de la misma por parroquias y otras instituciones de nuestra diócesis. Fue una alegría inmensa ver a 3.000 personas en la explanada de la catedral. Aparte del habitual rato de adoración, hubo un concierto y todos vivimos la experiencia de ser una comunidad reunida en el nombre del Señor, de sentirnos amados por Dios y llamados a anunciar a Jesucristo. Os doy las gracias por todo lo que allí vivimos.
Es bueno y hermoso ver a los jóvenes que tienen que tomar responsabilidades diversas en todos los órdenes de la vida. También es bueno descubrir cómo desean participar con los adultos en el desarrollo de la sociedad. Con esta carta quiero invitar a los adultos a escuchar a los jóvenes. Hacedlo a fondo; no os quedéis con caricaturas ni prejuicios. Dispongámonos todos los adultos a escucharlos y a hacerlo con la hondura que ellos tienen. Como en tantas ocasiones, no les demos respuestas preconcebidas o elaboradas desde nuestra realidad. ¿Por qué no nos abrimos a la novedad? ¿Por qué no confiamos también en sus respuestas a las preguntas que nosotros les hagamos?
El viernes por la noche meditamos el texto de la samaritana, al que he dedicado mi carta pastoral «Dame de beber». Durante la proclamación y, sobre todo, después en la reflexión, el silencio se podía cortar. ¡Cómo escuchan la Palabra de Dios! ¡Con qué respeto reciben la presencia del Señor en la Eucaristía y cómo reciben su bendición! ¡Con qué devoción! Qué miradas y qué silencios se percibían cuando les decía que la tarea de Jesús es ir en búsqueda de todos. Por eso entra también en Samaría; sabe que judíos y samaritanos están reñidos, pero a Él le interesa toda persona y el encuentro con cada una. ¡Cómo escuchaban este relato! Muy a menudo a los jóvenes los tratamos como si solo los adultos tuviésemos capacidad para encontrar caminos, y levantamos murallas con frases como «tú no sabes», «no tienes experiencia», «tienes que pasar por muchas situaciones para descubrir los peligros reales que existen», «eres idealista»…
¡Qué atención prestaban! En el pozo de Jacob Jesús se encuentra con una mujer a la que le pide agua. A Jesús no le importa que sea samaritana e incluso mujer en aquellos tiempos en los que su situación era muy diferente. Para Él todo es diferente: no discrimina, nadie le es indiferente… Viene cansado del camino y, el hecho de pedir agua, le permite entrar en conversación con la mujer samaritana. Cuando le dice: «Dame de beber», ella responde desde la enemistad: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí que soy samaritana?». Y Jesús le habla desde esa hondura que alcanza el corazón del ser humano siempre: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice “dame de beber”, le pedirías tú, y él te daría agua viva». ¡Cómo toca el corazón de esta mujer Jesús! Lo hace de tal manera que es ella misma quien le pide: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla». Y decide vivir en la verdad y dejar la mentira en la que estaba sumida.
El viernes vi una reacción parecida a la de la samaritana: los jóvenes quieren vivir en la verdad, beber de esa agua que quita la sed y que lleva a hacer el bien, a amar a todos los hombres, a romper muros, a no vivir para uno mismo, a hacer siempre un hueco a los demás… La mirada de Jesús alimenta esas semillas que Dios pone en todas las personas, especialmente en las más jóvenes.
Aun con las diferencias de contexto y de la cultura en la que se mueven, hay algo común: el deseo profundo de vivir. Es cierto que hay jóvenes que viven en situaciones de guerra o de violencia; jóvenes que no tienen alternativas; jóvenes que, sin desvergüenza, son ideologizados y utilizados, o jóvenes que padecen formas de marginación tremendas… Pero todos, cuando nos acercamos a ellos como lo hizo Jesús con la samaritana, sin distracciones ni banalidades, sino con realidades, cuando sienten cerca una comunidad cristiana que los acoge y lo hace con gestos y ayudas concretas, ven que hay salidas. Por ello, todas las comunidades cristianas hemos de hacer un examen profundo de la realidad juvenil que tenemos a nuestro lado y discernir sobre los caminos más adecuados.
El viernes por la noche vi cómo Jesús se presentaba ante ellos como lo hizo con la samaritana: experimentaron que Dios los ama, que Cristo ofrece salvación y vida, que llena de su amor, de su luz y de su fuerza a todos.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid