A finales del siglo I, el Papa Clemente de Roma, tercer sucesor de san Pedro, nos recuerda con palabras muy claras que los Doce se esforzaron por constituir sucesores, para que la misión que, con tanto amor, les había encomendado el Señor tuviera continuidad después de su muerte. En estos días en los que estamos inmersos en la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal, ¡qué bien viene contemplar a los sucesores de los apóstoles reunidos para realizar la misión! Ver a la Iglesia orgánicamente estructurada bajo la guía de sus pastores nos hace contemplar también que la Iglesia vive en el mundo como misterio de comunión y de misión. Los cristianos somos misterio de comunión y de misión. En la Iglesia que vive en medio de los hombres se reflejan la misma comunión trinitaria y el misterio de Dios, que es manifestación también del mundo futuro.
La comunión vivida como don que nos regala el Señor es una anticipación del mundo futuro, y esta comunión tiene consecuencias muy reales. La comunión es un don que nos regala el Espíritu Santo. ¿Qué aporta vivir con esta? Nos hace salir de la soledad en la que, muy a menudo, nos encerramos; nos impide vivir solos y encerrados en nosotros mismos; nos hace participar del amor que nos une a Dios y que nos une entre nosotros. La comunión es un don que visibiliza qué es el amor fraterno, en la entrega de unos a otros, en ese vivir para los otros.
Descubramos y seamos conscientes de que la comunión es un don siempre; pensemos en el dolor que engendran en la vida las fragmentaciones, las divisiones, los conflictos que enturbian y rompen las relaciones entre las personas, en los grupos, entre los pueblos. Lo estamos viendo en este momento de la historia. Para nosotros, los discípulos de Cristo, es evidente que, si no se da el don de la unidad en el Espíritu Santo, la fragmentación es inevitable. Para la humanidad es una gracia la presencia de la Iglesia del Señor, que promueve la comunión entre sus miembros y la hace visible en medio de la historia.
Seamos creadores de comunión. Acojamos el don del Señor y démoslo a todo el que se acerque a nosotros; promovamos la vida en esa comunión, que es una buena nueva y un remedio contra la soledad, la división, el enfrentamiento… Nos hace vivir siempre sabiéndonos acogidos y amados incondicionalmente en y por Dios. En la vida de la Iglesia, la comunión vivida y manifestada es esencial: nos hace creíbles y nos hace brillar en medio de todos los pueblos. Nos hace vivir esas palabras que tan bellamente nos dice san Juan: «Si decimos que estamos en comunión con él y vivimos en las tinieblas, mentimos y no obramos la verdad. Pero, si caminamos en la luz, lo mismo que él está en la luz, entonces estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia de todo pecado» (1 Jn 1, 6-7).
Contempla a la Iglesia y contemplémonos como una maravillosa creación de amor. Jesucristo dejó a la Iglesia para que realizase su misión en medio de esta historia hasta que Él vuelva. Quiso que la llevásemos a cabo en comunión, con todas las fragilidades humanas que tenemos y conscientes de que somos una maravillosa creación de amor y para amar. Cristo nos llamó a la pertenencia eclesial, nos regala su amor y engendra en nosotros un deseo de unidad y de estar cerca de los demás. Aprende y vive siempre los elementos esenciales de la comunión que tan bellamente señala san Juan: «Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis en comunión con nosotros y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1 Jn 1, 3).
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid