Lecturas recomendadas: 34ª semana del tiempo ordinario

1. Lectura del Evangelio del domingo 22 de noviembre

San Mateo 25, 31-46

Se sentará en el trono de su gloria y separará a unos de otros

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones.

Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras.

Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda.

Entonces dirá el rey a los de su derecha:

“Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.

Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”.

Entonces los justos le contestarán:

“Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”.

Y el rey les dirá:

“En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos, más pequeños conmigo lo hicisteis”.

2. Lectura de la Madre Trinidad

«El Cristo de todos los tiempos” 

Opúsculo 4,  pp. 51-70

Dios es infinitamente perfecto, y, por la perfección de su misma naturaleza, tiene en sí, sido, poseído y terminado, cuanto es y cuanto vive en la abarcación de su eternidad.

La eternidad en Dios es el Acto infinitamente perfecto que, en el compendio de su abarcación, contiene encerrada toda la capacidad potencial de Dios en la exuberancia pletórica de su inexhaustiva perfección.

El tiempo es la posibilidad que Dios ha dado a la criatura para realizar una cosa y llevarla a su término. Y cuando la perfección del que lo realiza o su capacidad para realizarla es mayor, necesita de menos tiempo para consumarla.

Dios, que es la Perfección infinita, no necesita, para ser cuanto es en sí, del tiempo; porque, por la potencia de su perfección abarcadora, es capaz de ser cuanto puede ser en la realización pletórica de su vida infinita, en un acto consumado y terminado de eterna posesión.