La Santa Sede concede un año jubilar a La Obra de la Iglesia en el sexagésimo año de su fundación
La Obra de la Iglesia cumple 60 años. La Santa Sede ha concedido un año jubilar a la institución, que dará comienzo en Roma con una solemne Eucaristía presidida por el Cardenal Robert Sarah y concelebrada por una decena de obispos de varios continentes.
No es usual que una mujer funde y dirija una institución integrada por Obispos, sacerdotes, seglares consagrados a Dios, religiosos, matrimonios, jóvenes y niños. Tampoco lo es que haya producido un «arsenal» de vídeos y escritos que constituyen una verdadera biblioteca de teología. Pero si añadimos que esta mujer no posee ningún título académico, casi podríamos decir que nos encontramos ante un caso único.
Único no por sus propios méritos, sino porque, como decía el Cardenal Sarah en su reciente visita a Dos Hermanas (Sevilla), «la Iglesia empieza siempre por una jovencita… Mirad a Nazaret: Dios hizo de una manera muy particular a una jovencita porque Él quería empezar la Iglesia allí. Aquí también el Señor ha empezado por una jovencita. Ella no sabía en absoluto que iba a engendrar multitud de hombres y mujeres, ella no sabía que lo que Dios le pedía era crear un nuevo pueblo para la Iglesia».
Sin embargo, si miramos con lupa el 18 de marzo de 1959, no encontramos ni rastro ni deseo de ningún pueblo. En la madrileña calle Cadarso, en un piso alquilado al P. Morales y su Hogar del Empleado, vivía un reducido grupo de amigas que simplemente querían entregarse a Dios. Entre ellas, la joven nazarena Trinidad Sánchez mantenía una vida profunda de oración y era dirigida espiritualmente por un joven sacerdote: D. Julio Sagredo. Él nos cuenta: «Conocer a la Madre Trinidad ha sido la mayor gracia de mi vida. En aquel mes de marzo de 1959, fui testigo de cómo el Señor iba elevando su alma vertiginosamente, y por eso no me extrañaba que fuera a hacer con ella algo fuera de lo común».
Pero ¿qué pasó entonces? ¿Qué pasó para que San Juan Pablo II fijara el 18 de marzo como fecha del inicio de La Obra de la Iglesia, si prácticamente estaba ella sola? Y es más, ¿qué pasó para que todo esto se recogiera en el decreto con el que se aprobó la institución en 1997, elevándola al derecho pontificio?
Ella misma nos lo explica visiblemente emocionada pero a cuenta gotas, como a quien le cuesta revelar un gran secreto, en uno de sus vídeos: «El 18 de marzo de 1959… en el cual me sentí introducida por Dios en la hondura profunda de su vida infinita; y ¡le vi con sus Ojos, y le canté con su Boca, y me abrasé de amor, y le besé con el Espíritu Santo! ¡Qué día de fiesta aquel 18 de marzo!: ¡El más grande de mi vida…!». Día que sería sucedido por un mes entero de extraordinarias luces sobre todos los misterios de la fe, al tiempo que se imprimía en su alma este mandato del mismo Dios: «¡Vete y dilo…!; ¡esto es para todos…!».
Por ello, la vocación de la Madre Trinidad no se limita a los miembros de La Obra de la Iglesia. Su corazón arde con la urgencia «de ser misionera… de llegar a los negritos y a los amarillos… de ser Iglesia y hacer de todos Iglesia». Y esto, siempre al lado del Papa y los Obispos. A sus 90 años, ella contempla agradecida cómo su obra, arraigada en España e Italia, extiende sus ramas por los cinco continentes.