En las vigilias que los primeros viernes de mes comparto con vosotros, los jóvenes, en la catedral de la Almudena, de una manera u otra siempre incido en que la felicidad tiene nombre y rostro: Jesucristo. También esta Navidad he tenido distintos encuentros con grupos de jóvenes y he visto la fuerza con la que buscáis la felicidad, y el atractivo que provoca Jesucristo en vuestra vida. Es una felicidad que ciertamente tenéis derecho saborear.
Solamente Jesucristo da las verdaderas medidas y la plenitud a la vida humana. El pasado domingo, sin ir más lejos, en un encuentro con jóvenes les decía que quien deja entrar a Cristo en su vida no solamente no pierde nada, sino que logra experimentar algo extraordinario: con Cristo la vida aparece en su máxima belleza y surgen nuevos horizontes. La amistad con Jesucristo nos hace ver, percibir y encontrar lo más bello, lo más grande, y la verdadera libertad.
Para este descubrimiento hay que ponerse en conversación con quien sabemos que nos ama incondicionalmente. Descubre la oración, experimenta lo que supone en tu vida el diálogo con Dios: te hará verte a ti y a los demás de otra manera… Hace pocos días una pareja joven me contó precisamente lo que habían cambiado su vida y su relación desde que habían descubierto y puesto en práctica el diálogo con Dios, la oración. Al oírlo me resuenan las palabras de Edith Stein sobre su época adolescente: «Había perdido consciente y deliberadamente la costumbre de rezar». Hay que descubrir que la oración es un diálogo y un diálogo intenso con quien sabemos que nos ama y al que deseamos amar. Qué fuerza alcanza la vida cuando abrimos nuestro corazón al Señor, cuando abrimos nuestras puertas de la libertad y nos dejamos sorprender por Él, permitiendo que nos alcance con su gracia y con su amor. En este diálogo nos sentimos liberados, enriquecidos con la misericordia de Dios y con esa ternura con la que nos abraza.
Os invito a entablar una relación de amistad sincera con Jesucristo. Es muy fácil quedarnos en la superficialidad de la vida. Es muy fácil vivir para nosotros mismos. Es muy fácil quedarnos en lo anecdótico y contentarnos con lo que es superfluo. Pero el que prueba la relación con Jesucristo sabe que la vida adquiere otro sentido, otras dimensiones y otra fuerza para uno mismo, para los demás y ante los demás. En la Jornada Mundial de la Juventud de Colonia, el Papa Benedicto XVI usó una expresión que ya comenté entonces con jóvenes de Asturias y que recuerdo muchas veces cuando estoy con jóvenes: «La felicidad que buscáis, la felicidad que tenéis derecho a saborear, tiene un nombre y un rostro: el de Jesús de Nazaret». ¡Cuánto disfruté el domingo pasado ese encuentro con jóvenes que llegaron de todas las regiones de España! Se palpaba diálogo con Dios, encuentro entre hermanos, sentido de Iglesia y amor entrañable a la Iglesia nuestra madre que ha recibido la misión de Jesucristo de indicar a los hombres el camino de la verdadera felicidad.
En las tareas que la Iglesia me ha entregado, primero como sacerdote y más tarde como obispo, siempre he intentado proponer a los jóvenes que construyan su vida acogiendo con alegría la Palabra y poniéndola en práctica. Estoy convencido de que, quien escucha la Palabra, se remite siempre a ella, pone en práctica la doctrina, edifica su casa sobre roca, nunca cederá a las inclemencias del tiempo por muy duras que sean… ¿Qué quiere decir exactamente construir y edificar sobre Cristo? Principalmente quiere decir que fundamos nuestros deseos, expectativas, sueños, empeños, ambiciones, proyectos en Jesucristo. Ánimo, queridos jóvenes, sí, ¡ánimo para construir vuestra vida sobre Cristo! Lo cual significa decir a todos los que nos rodean y decirle a Jesucristo algo así: «Señor, me has convencido, quiero ser feliz y he experimentado que en Ti encuentro lo que es mejor para mí. Apuesto por Ti, apuesto por dejarme amar con tu amor; busqué por otros lares la felicidad y nunca la encontré».
En este sentido, ahora que acabamos de celebrar la Jornada Mundial de la Paz, quiero pediros a los jóvenes que os dispongáis a construir la civilización del amor. Esto supone ser hombres y mujeres de diálogo, que entre otras cosas significa escucharnos, confrontarnos, caminar juntos y llegar a ponernos de acuerdo. Creemos en Dios que se hace diálogo y conversación con nosotros, que nos regala su vida y que nos hace ponernos en búsqueda de la verdadera libertad. Hemos de asumir las responsabilidades y buscar el desarrollo en todas las dimensiones de la vida, con el objetivo de la plena realización de la dignidad humana. Somos imágenes de Dios y como tales hemos de vivir y hemos de lograr que en todos se refleje esa imagen. Y, ¿por qué pienso en vosotros? Porque la historia nos enseña que han sido muchos los jóvenes que han promovido esta civilización. Baste recordar a san Benito, san Francisco de Asís, santa Teresa del Niño Jesús, santa Rosa de Lima, san Martín de Porres, el beato Ceferino Namuncurá, el beato Isidoro Bakanja, el beato Pier Giorgio Frassati, la beata Chiara Badano o el beato Carlo Acutis, a los que el Papa Francisco vuelve a menudo.
Gracias a todos los jóvenes que tenéis una experiencia viva del Señor en su Iglesia, que podéis escuchar, ver y tocar al Señor en la Iglesia especialmente a través de la Palabra y en los sacramentos. Nunca digáis ni tengáis en vuestro corazón y en vuestras palabras ese para ir tirando. Lo vuestro siempre es asumir el compromiso de elegir lo bueno, de dejaros envolver por la gracia y el amor de Dios, serenos y llenos de alegría, apasionados por servir siempre a Cristo y a los hermanos por la senda del Evangelio.
Con mi bendición,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid