Hemos de tomar conciencia de la responsabilidad que tenemos para que la educación llegue a todos los rincones del planeta. Como pide el Papa en Fratelli tutti, «soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos». Apostemos por un Pacto Global por la Educación para hacer vida ese deseo de hermandad y fraternidad que anida en lo más profundo del corazón de quienes hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios; que, reconociendo la dignidad de cada persona, hagamos renacer entre todos, con todos y para todos ese deseo mundial de hermandad.
Frente a los conflictos, que nacen al dejarnos alcanzar por ideologías que van creando formas nuevas de egoísmo, reivindiquemos lo bueno, lo bello, el amor, la justicia, la solidaridad… y dispongámonos a conquistarlo día tras día. El Papa reivindica «una educación más humanista». Esta pasa por hacerse preguntas como ¿dónde estoy yo?, ¿dónde está mi hermano?, ¿quién me mantiene en la esperanza?, ¿cómo reconocer al que tengo a mi lado en su realidad verdadera y ponerme al lado de quien esté caído en cualquier parte del camino?, ¿cómo plantear hoy el cuidado del mundo sin manosear y desfigurar palabras como democracia, libertad, justicia, unidad, verdad o vida? o ¿cómo hacer posible que un pueblo no pierda ni su fisonomía espiritual ni su consistencia moral?
Cuando formuló por vez primera el Pacto Global por la Educación, el 12 de septiembre de 2019, el Papa dijo: «Os invito a promover juntos y a impulsar, a través de un pacto educativo común, aquellas dinámicas que dan sentido a la historia y la transforman de modo positivo. […] Invito a cada uno a ser protagonista de esta alianza, asumiendo un compromiso personal y comunitario para cultivar juntos el sueño de un humanismo solidario, que responda a las esperanzas del hombre y al diseño de Dios». No quiero que esta propuesta del Papa quede en simples palabras en nuestra archidiócesis y, por ello, de manera especial a los educadores, os animo a reflexionar, a tomar iniciativas y caminos concretos en nuestras instituciones educativas y en todas las que deseen trabajar en este pacto. Para humanizar la educación trabajaremos desde la Vicaría para el Desarrollo Humano Integral y la Innovación, desde delegaciones como Enseñanza, Jóvenes o Laicos, Familia y Vida, desde nuestra área de comunicación y la Comisión de Ecología, en contacto con los padres, la escuela concertada y las congregaciones religiosas… ¿Es ambicioso lo que os propongo? Sí, pero se trata de dar un empujón a la educación para que se ponga en la línea de una verdadera humanización, esa que tan bellamente nos ha propuesto el Papa Francisco ante la «emergencia educativa» de la que también hablaba el Papa Benedicto XVI y, de forma más clara todavía, en esta situación de pandemia.
Para llevar a cabo este Pacto Global por la Educación, os propongo tres tareas ya desde el inicio:
1. Convirtámonos en samaritanos. Salgamos al camino por donde transitan los hombres con la actitud de hacer avanzar el bien, el amor, la justicia, la solidaridad y otros valores que han de ser conquistados cada día. Pero para esto se necesitan hombres y mujeres que sepan bajarse y acercarse a quien está malamente reconocido en su dignidad de persona o no tiene los medios para crecer como tal y desarrollar todas las dimensiones de su vida. Se necesitan hombres y mujeres que curen, que presten lo que son y tienen para hacer posible que se recupere la dignidad de quien ha sido vapuleado y maltratado. Se necesitan hombres y mujeres que se involucren en su desarrollo integral, que se hagan cargo de su curación completa.
2. Mostremos horizontes grandes. No mostremos ruinas, sino un proyecto de humanidad verdadera; un proyecto en el que se ha de dar y vivir la fraternidad, que es la gran vocación de la familia humana. Que se cree un clima de confianza y no de desconfianzas, que no se cultiven falsas seguridades. Seamos capaces de ver el mundo, no «mi mundo».
3. Tomemos conciencia de quiénes somos. La COVID-19 ha despertado en nosotros algo que es fundamental: nos ha hecho tomar conciencia de que todos los hombres de este mundo vamos en una barca, navegamos juntos. El mal nos sitúa en nuestra verdad: no vamos solos, vamos juntos y juntos tenemos que construir el presente y el futuro. No podemos ir por el mundo con caretas o maquillaje, que se caen con la tempestad. Nos pertenecemos los unos a los otros, nuestros proyectos tienen que ser pensados para todos y no en el beneficio de algunos. El Pacto Global por la Educación nos ha de hacer pensar en un estilo nuevo de vida, en unas relaciones más fraternas en las que nos podamos ayudar más y mejor, pues todo y todos estamos conectados. Hemos de recuperar la pasión compartida y tomar conciencia de una misma pertenencia, de la igual dignidad, de que nuestro mundo es de todos y de que, por ello, no valen actitudes intolerantes y cerradas que ni acortan distancias, ni ayudan a vivir el encuentro con los otros que son mis hermanos.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid