Estamos preparándonos en este tiempo de Adviento para vivir la Navidad. La alegría llegó a esta humanidad cuando sintió y vio cómo Dios se acercaba a nosotros, haciéndose Hombre, naciendo como nosotros. Su Madre, la Virgen María, por obra del Espíritu Santo, dio a luz a quien trajo la salvación para todos, a quien nos hizo una propuesta de vida y de amor, desde el mismo momento en el que nació en Belén de Judá. San José, esposo de María, colaboró y acompañó a nuestra Madre, para que Dios entrase y estuviese en este mundo como uno de tantos. Nos estamos preparando para vivir este tiempo de alegría, de gozo, de salvación que es la Navidad y, dentro de muy pocos días, celebraremos el nacimiento de Jesús, la llegada y venida de Dios a este mundo. Esto es la fiesta de la Navidad. Hoy me agrada acercaros a todas las familias la belleza de la Sagrada Familia. Junto a ella, descubramos cómo la familia ha de vivir en la alegría de la que el salmo 34 os habla: «Que los humildes lo escuchen y se alegren». En la Sagrada Familia, junto a Jesús, María y José, descubrimos dónde está la fuente de la alegría, del amor verdadero y de la paz.
¿Dónde se encuentra la fuente de alegría y de la paz? Ciertamente en el Señor, en ese Jesús que nace en Belén y a quien acuden a ver los Magos de Oriente y los pastores. Todos los que van a ver al Dios nacido en Belén, salen después con una alegría desbordante y deseosos de regalar la paz que encuentran allí. La presencia de Jesús entre nosotros, en Belén, nos hace tener la experiencia de la cercanía de un Dios que nos quiere, que se acerca a nosotros, que nos muestra su amor, que quiere llenar nuestra vida de su amor. Y lo logra haciéndose uno de tantos. Acercándose y escuchando el grito de los hombres cuando somos humildes, el Señor nos hace ver dónde están el bien, la verdad, la vida, el amor… Siempre me impresionaron aquellas palabras de san Pablo: «Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca» (Fil 4, 4-5). Cuando tenemos la experiencia de la cercanía de Dios, sentimos esa alegría que nos desborda.
Queridas familias, os pido que hagáis esta experiencia de una alegría desbordante: acoged a Dios en vuestra familia, tened la alegría de acoger al Dios que nace en Belén en vuestro corazón; os puedo asegurar que da una manera de sentir la belleza de estar juntos, de necesitarnos, de sostenernos los unos a los otros en el camino que estamos haciendo en nuestra vida. ¡Qué hondura alcanzan los miembros de una familia cuando saben recibir a Dios! Entre otros motivos, porque comienza a anidar en el corazón de todos los que componen la familia un amor acogedor que es el amor mismo de Dios; la misericordia se convierte en el respeto hacia todos, en un amor paciente, pues sabéis que la paciencia es una virtud de Dios. Contemplad el belén y mirad con hondura a la Sagrada Familia; nos convencen su armonía, su comunidad de amor, su experiencia de ternura, de ayuda mutua vivida. Contemplar a la Sagrada Familia en Belén nos hará descubrir y sentir la necesidad de ver a la familia como fuente de fraternidad, como fundamento y camino primordial para la paz y la felicidad, pues esta supo contagiar al mundo su amor.
Dejadme deciros que en la Sagrada Familia podéis ver a todas las familias: todo el amor, toda la belleza, toda la verdad que Dios tiene en sí, así como la entrega que Dios hace a la familia. En este tiempo, contempla uno de los misterios más bellos y hermosos del cristianismo: que Dios no quiso venir al mundo nada más que por medio de una familia, quiso tener un hogar familiar y un nombre precioso, Enmanuel, Dios con nosotros (Mt 1, 23). Contempla en Belén a la familia y anímate a soñar, a construir, a jugarte la vida en hacer un mundo con familias así.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid