“Señor, enséñanos a orar”, le dijo ese discípulo a Jesús. Y el Maestro ya le había enseñado con lo más importante con lo que podemos enseñar cada uno de nosotros: con el ejemplo. Jesús era Dios y, sin embargo, cuántas veces el Evangelio nos lo presenta en largos ratos de oración. Por eso, no vale decir: “Como soy cristiano, como voy el domingo a Misa, como me acuerdo de Dios de vez en cuando, no necesito orar”. Jesús, con su ejemplo, nos dice que es necesario orar largamente.
A continuación, le explica cómo tenemos que hacer esta oración. Y lo primero que nos enseña es la palabra “padre”. El padrenuestro no es una oración mágica, en el sentido de que Dios te escucha solo si dices esas palabras. Es una oración que nos ayuda a tener la postura de alma correcta ante Dios. Y esta postura empieza por una gran confianza. “¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra?”. Los que sois padres, si vuestro hijo os pide una cosa buena, ¿le daréis una mala? “Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos…” ¡cuanto más nuestro padre Dios! Pero tenemos que acudir con la confianza del que sabe que su padre siempre quiere lo bueno para mí. A lo mejor yo no entiendo qué es lo bueno, pero nunca puedo dudar de que Dios quiere lo bueno.
Sigue el padrenuestro dirigiéndose a Dios, pidiéndole que se cumpla su voluntad, que sea santificado su nombre. Es decir, primero lo tuyo, Señor; darte gloria.
Después, hay una serie de peticiones concretas de las que tenemos que aprender también. De entre ellas, quiero comentar esta: “Danos cada día nuestro pan cotidiano”. O, dicho de otra forma: Danos hoy nuestro pan de hoy. ¿Y por qué dice dos veces “hoy”? Pues porque se supone que se lo pedimos todos los días. Por eso, no vale rezar solo de vez en cuando, tenemos que orar diariamente para pedir lo que diariamente necesitamos, no solo a nivel alimenticio, sino a todos los niveles: materiales y espirituales. O aún en otras palabras: Tenemos que orar con insistencia. Y aquí viene la primera lectura de hoy: Ese diálogo precioso de Abrahán con Dios.
Dios quiere destruir las ciudades de Sodoma y Gomorra porque están hundidas en el pecado y ve que ya no hay solución. Darles más tiempo supondrá que se carguen de más responsabilidad. Y Abrahán, que es una “brizna”, que no es nada, se pone delante de ese Dios grande, que ha creado todo el universo, y le pide que perdone a esas ciudades. Se pone a interceder. Y lo hace de una forma que agrada a Dios: Primero con un gran respeto, con el temor de Dios, con adoración. Dios es nuestro padre, pero es Dios. Por tanto: ¡Qué grande eres, Señor! Segundo, le habla con insistencia, y el Señor alaba esa actitud, porque quiere que insistamos. ¿Y para qué quiere Dios esa insistencia? ¿Para qué sirve? ¿Es que Dios necesita que le demos 10 veces al “botón” para que funcione? No es por Dios, es por nosotros, es por ti. La insistencia purifica tu oración, porque si le pides algo que no es para tu bien o poco importante no vas a aguantar mucho tiempo pidiéndoselo. Y esa petición purificada y mantenida en el tiempo abre tu alma para que sea capaz de recibir ese don. Tercero, Abraham habla claramente a Dios, con confianza, casi con desfachatez, podríamos decir. ¿Acaso no sabía ya Dios todo lo que él le estaba diciendo? Sí, pero él se lo pide.
Tenemos que ser conscientes de la necesidad de la oración para nosotros mismos, para nuestras familias y para este mundo. ¡El mundo necesita mucha intercesión! Sodoma y Gomorra estaban fatal, pero anda que nuestra sociedad de hoy… Y no solo hay necesidad, sino que tenemos la misión, por ser Iglesia, de interceder. Cristo es el Sumo y Eterno Sacerdote que intercede por todos los hombres, la Iglesia es su prolongación a lo largo de los tiempos, y tú eres Iglesia. En el día de tu Bautismo, fuiste constituido sacerdote, profeta y rey, como Cristo. Eres sacerdote, con el sacerdocio místico de los fieles –distinto del sacerdocio ministerial–, pero eres sacerdote. Y el Señor te manda y te dice: “Pide por este mundo, intercede por este mundo”.
Que la Virgen nos ayude a entender cada día mejor esta arma poderosísima que es la oración. Y que ella interceda también por nosotros, por nuestras familias y por todo el mundo.