Ahora que Manos Unidas nos ha acercado de nuevo la realidad de la pobreza y del hambre en el mundo, quiero hablaros de algo que está en mi corazón y que enlaza con el Evangelio del pasado domingo: no podemos vivir en la indiferencia, hay una indiferencia que no es cristiana… Estamos llamados a colaborar en la transformación de nuestro mundo aportando creatividad, esperanza y compromisos concretos, esos a los que nos llama Jesucristo y que nos recuerda siempre el Evangelio. Todos los días nos llegan datos reales y situaciones diversas en muchos lugares de este mundo donde no hay lo necesario para vivir, en los que tantos hombres y mujeres, niños y niñas, viven en condiciones inhumanas. Hay quienes sufren en países lejanos, como a veces nos muestran los medios de comunicación social, pero también quienes lo hacen muy cerca de nosotros. ¡No puede ser! ¡No podemos vivir de espaldas a tantos seres humanos víctima de la desigualdad!
Los discípulos de Cristo estamos llamados a vivir en referencia a todos los que afrontan situaciones que no son humanas. El domingo pasado meditaba el Evangelio de san Lucas sobre las bienaventuranzas: «Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía: “Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios”». ¡Qué importante es acoger estas palabras! ¡Qué noticia más importante! Es Jesús quien ofrece la felicidad a todo ser humano. Hay una indiferencia que no es cristiana, que nos hace olvidar a quienes más lo necesitan, que son precisamente a los que Jesús pone en el centro.
¿Habéis caído en la cuenta de que la felicidad es la gran aspiración y la más profunda que llevamos dentro de nosotros? Dios nos quiere felices. Y por eso Jesús nos ofrece las bienaventuranzas que son un camino de felicidad. Es un camino completamente diferente al que en tantas ocasiones recorren las personas en muchos lugares del mundo. Por eso, cuando el domingo escuchábamos en el Evangelio las bienaventuranzas, quizá caíamos en la cuenta de que eran un golpe en nuestro corazón y una llamada que nos hacía el Señor ante tantas situaciones de pobreza, de hambre, de inconsideración de la dignidad que Dios ha dado al ser humano, muchas veces robada, maltratada y desconsiderada, olvidando que hemos sido creados todos los hombres y mujeres a imagen y semejanza de Dios.
La noticia que trae Jesucristo cambia nuestro rumbo, nos hace vivir y comprometernos para que a nadie se le robe su dignidad, para que todos los seres humanos tengan lo que Dios mismo les dio. Jesús nos propone un camino para que esta dignidad sea devuelta. ¡Qué hondura tienen sus palabras dirigidas a todos los que se sienten excluidos, indefensos, con un desprestigio social! «Dichosos los pobres», «los que tenéis hambre», «los que lloráis», «bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban»… ¡Qué bien viene escuchar esas palabras dirigidas a todos, a nosotros y a los que no son importantes en este mundo, pero sí que lo son para Dios, como nos dice Jesús! Con esas bienaventuranzas, Jesús proclama la dignidad de ellos, les quiere hacer salir de su pesimismo y les ofrece y les dice que para ellos es la Buena Noticia del Evangelio. Y a los que somos sus discípulos nos hace caer en la cuenta de que no podemos olvidarlos. ¡Qué fuerza comprometedora tienen estas palabras de Jesús! Todos sois importantes y para todos vosotros ha llegado el Reino de Dios, ha llegado la liberación, tenéis como Rey a Dios mismo. Es de una importancia particular descubrir cómo Jesús no les promete la felicidad, sino que los declara felices, porque Dios no quiere la pobreza ni el hambre, ni el llanto, ni nadie puede arrebatar nuestra dignidad humana, ni nuestra dignidad de ser hijos e hijas de Dios.
Para nosotros, los discípulos de Cristo, llevar esta Buena Noticia del Evangelio es una tarea y un compromiso. Sepámonos llamados a cambiar este mundo. Hemos de recorrer esta tierra diciendo a todos los que viven la exclusión que también son importantes; nos lo ha dicho Jesucristo y nos ha pedido que hagamos lo que sea necesario para hacer ver que Dios reina entre nosotros, que el Evangelio es una llamada a la felicidad y que Jesús nos señala el camino para que nadie pueda arrebatarnos la dignidad que Dios nos da.
¿Habéis caído en la cuenta de que la sociedad de la abundancia produce bienestar, pero no felicidad? En los países de la abundancia no hay paludismo ni malaria, pero hay tremendos vacíos, aburrimientos, desencantos, muchas desesperanzas, tristezas… No perdamos el sentido de la vida. Y ese nos lo ha dado y revelado Jesucristo. Acojamos al Señor en nuestra vida: Él nos da palabras que nos conducen a la felicidad, Él es la fuente de la alegría, de la fraternidad, de la entrega de unos a otros, de ese sabernos ocupar de quienes más lo necesitan.
Jesucristo nos ofrece felicidad a todo ser humano, nos da la tarea de ocuparnos los unos de los otros. Quizá esta pandemia que hemos vivido y de la que aún sufrimos las secuelas, nos ha enseñado que tenemos la tarea de construir la cultura del encuentro, de ocuparnos los unos de y por los otros, de cuidarnos los unos a los otros. Congregados por Jesús, dejemos que resuene en nuestra vida esta expresión: permanecer indiferentes ante el sufrimiento de otros no es cristiano.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid