Santos: Ubaldo, Posidio, Fuerte, Honorato, Audas, Peregrino, Dómnolo, obispos; Flaviano, Aquilino, Victoriano, Genadio, Félix, Andrés Bobola, mártires; Juan Nepomuceno, presbítero; Gema Galgani, Máxima, Frejus, vírgenes; Brendano, Simón Stock, abades; Fidolo, confesor; Bernardo Mentón, eremita.
Nace en Italia a finales del siglo XIX y muere en los comienzos del XX. Vio la primera luz en familia modesta y pronto es visitada por lo que la gente acostumbra a llamar tribulación: el padre muere de tumor maligno, la madre fallece de tuberculosis pulmonar, la mitad de los hermanos mueren jóvenes y, entre ellos, su hermano preferido. Los huérfanos fueron recogidos en casa de los Giannini, allí mismo, en Lucca.
Tuvo una niñez enfermiza que la hicieron escasamente desarrollada. Operada quirúrgicamente, se desarrolla en ella todo un proceso desconcertante para los médicos que optan por desahuciarla ante la imposibilidad de curarla. Abscesos, males óseos, meningitis, sordera, caída del cabello, tumor en la cabeza, parálisis. También llega a perder la vista, pero se produjo una curación inesperada.
Luego vienen los desmayos, pesadillas, delirios y arrebatos de los que sana súbitamente y en los que incurre de manera inesperada con una alternancia imposible de predecir y que para sus médicos es ocasión de despiste y desconcierto hasta el desaliento.
Y los males no son exclusivamente los del cuerpo, también se le colocan en el alma. No estuvo libre de tentaciones diabólicas y terribles que llegaron a ponerla tan fuera de sí que quienes la contemplaron en estos trances llegaron a pensar que estaba loca.
En Lucca se pudo ver ejemplaridad cristiana en todo este género de padecimientos que fueron llevados por Gema con bendita paciencia, aceptando la voluntad divina y ofreciéndolos como reparación por las ofensas que los hombres hacen a Dios.
Siguieron las calumnias de quienes afirman que todo eso es puro fingimiento y la tildan de embaucadora, mentirosa y amiga de llamar la atención; sufre desprecios incluso por parte de sus hermanos que para nada quieren el espectáculo, ni el revuelo que está proporcionando al pueblo su situación; soporta incomprensiones por parte de los cuidadores médicos que no se explican lo que está ocurriendo y algunos la catalogan como una paciente histérica que, además, presenta dificultades para ser reconocida como a ellos les gustaría. También debió de dolerle la desatención o quizá indiferencia por parte del obispo Juan Volpi, que se vio obligado a intervenir en el caso por lo excepcional de la situación ya que, cuando Gema tiene 22 años, se reproducen en su cuerpo los estigmas de la Pasión del Señor; aparecen y desaparecen espontáneamente en sus manos, en los pies y costado; son heridas abiertas y sangrantes con las que quiso Dios premiar su virtud, pero que desconciertan más aún a los «listos» incapacitados para admitir que estas cosas puedan pasar incluso en el siglo XX… y que se repiten los viernes.
Se añaden a todo esto los fenómenos prodigiosos –como revelaciones y sudor de sangre– que son testificados por su director espiritual, el pasionista padre Germán de San Estanislao.
Su figura extraña fue discutida, tanto mientras vivió como después de muerta, por la peculiaridad de su insólita vida tan plagada de sufrimientos inverosímiles. Incluso el proceso de santidad, comenzado en Lucca, tuvo que continuarse y llevarse a término en Pisa por los ánimos tan enfrentados y encrespados de los vecinos que habían convivido con la santa. El papa Pío IX bien se preocupa de afirmar fina, clara y explícitamente que la causa de canonización de la santa es la heroicidad de las virtudes vividas, sin entrar en la cuestión de que tantos hechos y tan extraños padecidos tengan un origen sobrenatural.
«Padeciendo se aprende a amar», le dijo el propio Cristo en un éxtasis. Pues… ¡vaya discípula!