Durante el rezo del Ángelus, el Papa Francisco habló de la fiesta de la Santísima Trinidad, «un misterio inmenso, que supera la capacidad de nuestra mente, pero que habla a nuestro corazón».
“En cuanto amor, Dios, aunque es uno y único, no es soledad sino comunión El amor, en efecto, es esencialmente don de sí mismo, y en su realidad originaria e infinita es Padre que se da generando al Hijo, que a su vez se da al Padre, y su amor mutuo es el Espíritu Santo, vínculo de su unidad”, explicó el Santo Padre.
Tal y como recoge Vatican News, Francisco puntualizó que este misterio de la Trinidad fue desvelado por el mismo Jesús: «Él nos hizo conocer el rostro de Dios como Padre misericordioso; se presentó a sí mismo, verdadero hombre, como Hijo de Dios y Palabra del Padre; habló del Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo, Espíritu de la Verdad, Espíritu Paráclito, es decir, nuestro Consolador y Abogado».
«El maravilloso misterio del amor»
Y cuando se apareció a los apóstoles después de la Resurrección —continuó el Papa— Jesús los mandó a evangelizar «a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19):
“Por eso, la misión de la Iglesia y, en ella, la de todos nosotros, discípulos de Cristo, es hacer que cada hombre y cada mujer puedan sumergirse en el amor de Dios y recibir así la salvación, la vida eterna”.
Por otro lado, el obispo de Roma subrayó que la fiesta de hoy, «nos hace contemplar este maravilloso misterio de amor y luz del que procedemos y hacia el cual se orienta nuestro camino terrenal», a la vez que «nos invita a fortalecer nuestra comunión con Dios y con los hermanos, bebiendo de la fuente de la Comunión Trinitaria».
Evocando el momento de la última gran oración de Jesús, recogida en el Evangelio de Juan y «elevada al Padre inmediatamente antes de su Pasión»; Francisco recuerda que el final de esa oración es como un testamento espiritual ya que en el corazón de Cristo brota una súplica que expresa la voluntad del Padre:
En el anuncio del Evangelio y en toda forma de misión cristiana —dijo el Pontífice— no se puede prescindir de esta unidad invocada por Jesús; la belleza del Evangelio requiere ser vivida y testimoniada en la concordia entre nosotros, que somos tan diferentes.
Antes de finalizar, el Papa señaló que el signo vivo del Dios Trinidad «es el amor recíproco y hacia todos; compartir las alegrías y las penas; no imponerse a los demás, sino cooperar los unos con los otros; la valentía y la humildad para pedir perdón y para darlo; valorando los diferentes carismas que el Espíritu distribuye para la edificación común». Y esta unidad —añadió el Santo Padre— es esencial para el cristiano, porque es la unidad que nace del amor, de la misericordia de Dios y de la presencia del Espíritu Santo en todos nosotros.
«María Santísima, en su sencillez y humildad, refleja la Belleza de Dios Uno y Trino, porque recibió plenamente a Jesús en su vida. Que ella sostenga nuestra fe; que nos haga adoradores de Dios y servidores de nuestros hermanos», concluyó Francisco.