La semana pasada, el Tribunal Constitucional avaló la ley del aborto de 2010. Al hacerlo, en cierto modo, abrió la puerta a seguir ahondando en un supuesto derecho, el de eliminar la vida, que no es tal. Porque el ser humano está en este mundo para dar vida y nunca para deshacerse de ella. Como subrayé en mi cuenta de Twitter al conocer la noticia, «es triste comprobar que la vida, que es lo más sagrado, se pone en cuestión en su origen». «Defenderla y promoverla es misión y tarea», aunque muchos lo hayan olvidado, quizá porque Dios está ausente de sus vidas.
En el último siglo ha habido una defección del cristianismo en nombre, curiosamente, de una supuesta opción por la vida. Estoy pensando en Nietzsche y en otros muchos pensadores que sostenían que el cristianismo es una opción contra la vida. Lo argumentaban de una manera falsa y superficial al señalar que, con la cruz, con todos los mandamientos y con todos los no, este cerraba la puerta de la vida. Se decían a sí mismos —igual que se lo repiten muchos hoy día— que la opción por la vida pasa por liberarse de la cruz… Pero las palabras más bellas que nos animan a descubrir dónde está la vida las oímos de labios de Jesucristo: «El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará» (Lc 9, 24). Estas palabras nos regalan claridad en toda opción por la vida. Cuando uno entra en su profundo contenido comprende que la vida no la encontramos arrogándonosla para nosotros, sino dándola, regalándola. No es reteniendo ni guardando para nosotros mismos como tenemos y damos vida. Se trata de tener pasión por darla. Aquí está el sentido último de la cruz. Como podéis comprender, la opción por Dios no es secundaria; trae unas consecuencias claras para los hombres.
Cuando meditamos tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento, nos encontramos con sorpresas que tienen una actualidad enorme para nosotros. La respuesta de Dios es clara: «Mira: hoy pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Pues yo te mando hoy amar al Señor, tu Dios, seguir sus caminos, observar sus preceptos, mandatos y decretos, y así vivirás y crecerás y el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde vas a entrar para poseerla» (Dt 30, 15-16). Puede que estas palabras no nos agraden, pero hay que admitir que la opción por la vida y la opción por Dios son idénticas. Y hemos de añadir estas otras: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo» (Lc 17, 3).
La vida humana es una relación; solamente hay vida en relación. Cuando nos encerramos en nosotros mismos, no hay vida. La relación fundamental es la que tengamos con el Señor, que fortalecerá las demás. En un mundo vacío de Dios, en un mundo en el que el olvido de Él se realiza y promueve desde muchas instancias, surge la cultura de la muerte. Tenemos el deber sagrado de respetar la dignidad de todo ser humano, pues en él se refleja la imagen del Creador. Quienes tienen poderes, ya sean políticos, tecnológicos o económicos, han de velar por los derechos de quienes son menos afortunados. El respeto a la vida en todas sus fases es un punto decisivo: la vida es un don que no tenemos a nuestra entera disposición… ¿Cómo no ver en todo lo que atenta a la vida un atentado a la paz?
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid